Introspección

Como a ustedes les consta, no he faltado un sólo día a la obligación que me impuse en febrero de hacer una bitácora diaria de poeta. Cada día, entre las nueve y las once de la mañana, he salido al aire, no diré que victorioso pero sí seriecito, a comparecer en nombre de mi propia palabra. Hasta aquí he podido publicar un poema cada día y no se imaginan la cantidad de parque que me queda, tengo las santabárbaras peligrosamente abastecidas para una contienda duradera; no obstante, en algún momento habrá de acabarse. Veremos entonces si capitulo o encuentro formas evolucionadas de lucha. No sólo poemas sino sueños, recetas de cocina, quejas, asombros y sorpresas, han llenado estas páginas, con la única exigencia en la aduana de salida, de no cooperar a la banalización del mundo. Si van a servir para algo, vayan. Y procuren ser bellas.

Algunas veces he acudido a formas de propaganda que me han parecido legítimas para atraer lectores; he pedido ayuda a ciertos autores que vienen a dormir a la misma pensión en la que suelo quedarme, y ellos no han tenido inconveniente en prestarme algunos de sus versos más famosos para mi campaña. Luego ya entre nosotros nos arreglamos. He pirateado muchos directorios de quienes me mandan por internet distintas informaciones, y pienso seguir haciéndolo. Uno que otro destinatario de mensajes me ha pedido que lo borre de la lista y lo he hecho inmediatamente; mi intención no es molestar ni obligar a nadie. Pero ocurrió un caso para el que necesito a mi hija Cecilia, que es experta en detectar duendes: hay alguien a quien le he remitido dos mensajes publicitarios y dos veces me ha dicho que lo borre. Lo busqué en los directorios desde la primera, por supuesto, y nada; además del buscador he rastreado a ojo pelón, y no está. Ya le escribí explicándole y ofreciendo una disculpa. Por fortuna, se ha humanizado y parece que me cree.

Que no le gustan los blogs, me contestó. Y en principio, su respuesta me pareció más que razonable. Luego me he puesto a reflexionar sobre el género: página blanca, caja vacía, lienzo sin nada, espacio oscuro. Cada blog es lo que contiene y el contenedor no es nada. Nada de nada, su inmaterialidad es proporcional a su inexistencia: no puedes ir a comprar blogs a ninguna parte; no se puede adquirir blogs; el blog es la persona que lo hace aunque tiene como condición el no pertenecer al mundo de los objetos. Y posee, como ningún otro medio, la libertad como requisito. Cada quien en su blog pone exactamente lo que le da la gana, y no hay en el universo mundo poder que se lo impida. Otra cosa es que cuente con prosélitos o reciba el desdén, pero eso sólo corrobora la libertad absoluta. ¿Puede, entonces, gustar o dejar de hacerlo, lo que sólo es un medio y además no existe?

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