¡Salud!

Por más que me apuré a dormir para cumplir con esa cuota y estar despierto en el momento que el cuentavisitas acomodara sus cuatro ceros en hilera, cuando me amaneció y corrí a la pantalla ya se habían colado ocho con sus copas y vasos en la mano. Miré hacia todos lados y había un gentío en el corazón de cada uno de los que estaban. No me di por retrasado porque con la locura que se trae el señor Greenwich cualquiera puede en esta era global estar al mismo tiempo en sí y en alguna otra parte. Tomé el mío con solemnidad, lo alcé con su poquitín de champán, pensando que antes de un jugo de naranja es muy digestivo además de sabroso, y dije ¡salud!, ¡que los espíritus que animan la palabra asistan a este blog con imaginaciones varias!, ¡que las ninfas y náyades y ondinas que pueblan los territorios del habla no sean díscolas nunca con quienes navegamos por esta página!, ¡que la vida sea larga y escrita!, ¡que los deseos, que a veces son tan frívolos, sean constantes con nosotros para seguir juntos por este sendero plural y divertido!, ¡salud!

Y oí un coro de voces de muchos matices que respondían ¡salud! con entusiasmo. Entonces entendí por qué se dice que cada cabeza es un mundo. Había mundos llenos de gracia y donosura; había otros en los que predominaban el orden y la autoridad; en otros, la curiosidad asomaba su lengüita incorregible riéndose de todo, y en aquellos la sabiduría movía lentamente la cabeza hacia un lado y hacia otro como quien niega o busca sin satisfacerse nunca. Quise comenzar a saludar por su nombre a los que alcanzaba a distinguir entre las muchedumbres, hola Paty, hola Plumacaida, Norberto, qué tal, hola Mariana, Alfredo, Fernando, Santiago, quihubo, pero el estruendo de los que no alcanzaba a ver se alzó en protesta: o nos nombras a todos o te callas, oí decir de golpe. Y ante tan conminatorio dicterio opté por volver a levantar mi ecuménica copa y dije más recio ¡Salud! ¡Salud, chingao!, respondió lo que entonces identifiqué como vox populi.

Pues ya que estás, le dije -y ya ven que cuando hablo recio sí se me oye- y que estás con la copa en la mano y el ánimo dispuesto para celebraciones, aprovecho y te cuento que hoy, además de la Independencia de Estados Unidos, se conmemora en el mundo el segundo aniversario de mis bodas con la señora Milagros, que me hace el honor de acompañarme en este brindis y para quien pido un cariñoso trago. En ese momento Milagros juntó su mano con la mía y ambos levantamos al unísono un vaso de los dos con vino rojo y espeso. Un clamor se oyó en aquellas galerías más constantes y profundas que la Mezquita de Córdoba: ¡Mi-la-gros, Mi-la-gros! Y como el estruendo de Escila y Caribdis se oyó pasar por la garganta de los concelebrantes el trago de la copa colectiva que clamaba: ¡Salud! ¡Salud! ¡Salud! ¡Y larga vida!

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