Recordarán ustedes las fábulas de los niños salvajes, esas historias en las que aparece de pronto un ser que se extravió en la selva y contrario a lo que indica el sentido común ha crecido sin contacto humano, acogido por las fieras y por lo tanto sin uso del lenguaje y carente de los signos de identidad de la especie. El más famoso es Tarzán porque tuvo la fortuna de entrar al cine por la puerta grande de las superproducciones holybudenses pero hay otros casos; al menos una película francesa de tonos muy antropológicos, que recuerdo, creo que de Truffaut, y seguramente muchos libros que ignoro pero no por mi ignorancia dejarán de estar allí. Si no existe ya pronto harán el libro y la película de esa chiquilla camboyana que apareció el año anterior después de haber desaparecido en la selva creo que diez o doce años antes y que fue noticia en la prensa mundial: una hembra humana de mirada extraña que sin embargo iba poco a poco aceptando los acercamientos y mimos de quienes decían ser sus padres y que quién sabe en lo que habrá parado porque dejó de ser noticia y se esfumó. Un antropólogo español estaba implicado en el caso, creo, porque lo llevaron como profesional a dar su opinión.
Bueno, pues resulta que en el sueño me salió un sobrino salvaje pero con un salvajismo bastante peculiar. Éste no era uno perdido en la selva ni criado por lobas o tigresas sino un niño normal, que en mi sueño podía tener diez u once años y con una camisa de cuadros tipo vaquera, hijo de una hermana y al que llevaba yo de visita a una casa en la que había varios otros niños de diversas edades; de visita o se había quedado a dormir allí. Ya tenía yo que recogerlo e irnos y en ese momento me daba cuenta de la enormidad de su salvajismo: era un niño que no conocía el mundo de las computadoras y para quien el ordenador era un completo enigma. Mi hermana, la responsable de su educación, había omitido por completo la enseñanza de lo cibernético, desde el más elemental acercamiento y el pobre chamaquito era un completo salvaje, lo notaba yo, que me proponía ayudarlo a resolver la situación, y lo notaban los otros niños que lo miraban como una auténtica curiosidad. Por desgracia fue uno de esos sueños deshilachados que uno al despertar no puede configurar de alguna manera y darles cuerpo porque lo suyo es ser jirones y evanescer en el aire cuanto más se les quiere atrapar.
No tengo fichero de notas periodísticas ni retentiva suficiente en mi cabecita loca para tener a la mano el caso de la mujer oriental de hace unos meses ni la infinidad de historias relacionadas con el tema pero eso es lo de menos porque ahora la memoria y la información son cosas colectivas: pongo el caso aquí y pido ayuda y alguien en un santiamén sabrá a qué me refiero y me orientará acerca de cómo iniciar la búsqueda, que tardará segundos en completarse, a través de los servicios del tío Google y así comprobaré una vez más que salvaje, lo que se dice salvaje, no soy, que estoy metido hasta los codos en la civilización de mi tiempo y que el pobre sobrino de mi sueño es alguien que puede ser fácilmente redimido. Lo más inquietante es qué tipo de mensaje quería mandar mi subconsciente a mi sistema de raciocinio, y allí es donde la puerca tuerce el rabo: nunca he sabido interpretar los sueños. La que es buena para hacerlo es Milagros.