La puerta cerrada

Qué sensación tan desagradable la de las puertas cerradas, ahí precisamente donde uno trabaja, en el lugar en que se establece la comunicación con los demás. Cumplí temprano mi cometido; todavía con el sueño fresco, acabado de arrancar, chorreando jugo, hice la página en que les contaba lo que allí se dijo y les informaba de lo que ocurriría, sin pensar en que hay un condicionante en la intermediación, un puente virtual sin el que nada puede hacerse. Uno escribe, como se ha hecho siempre, desde que se inventó trazar signos sobre una superficie lisa para que otros compartan lo que uno quiere que llegue a sus ojos, cosa ya de por sí sofisticada y difícil, hasta que se inventó la imprenta, y como luego había que esperar un tiempo indeterminado, que podía ser de generaciones, para lograr el propósito, tanto nos alegramos cuando se inventó esta manera inmediata de la comunicación virtual.

A la misma hora que escribo puedes leerlo en cualquier lugar del mundo, estés haciendo lo que estés haciendo, siempre y cuando cumplas con los ritos de encender la cosa y ponerla en la frecuencia adecuada, dime si no será magia pura, si no habremos ido más allá de lo que imaginarse pueda. Sí; siempre y cuando tú hagas los pases mágicos que corresponden y el conejo no se niegue a salir de la chistera, porque a veces se agarran con las uñas al fieltro y no hay poder humano que los saque. Y cuando esto decía, como soy un taumaturgo iconoclasta, me representé a un mago necio que no queriendo defraudar a su público comienza a tirar con fuerza y acaba sacando las puras orejas con un pedacito desgarrado de zalea. Habrán de perdonar la dureza de la imagen pero es que estoy cabreao. Y cómo no si llego al sitio en el que me despachan todos los días el éter en que nos movemos y me dicen que disculpe, que vuelva más tarde porque le están dando mantenimiento. La mitad de la mañana se nos fue esperando que nos abrieran la puerta para poder meter nuestra bitácora en el lugar en que la degustan los lectores.

De modo que ya ni contarles lo bien que salió todo en el Festival. Mucha gente, mucha atención e interés y muy lograda la visita. Además de lo cumplidor que estuvo el país con las películas, la obra de Vera Ponce quedó que ni pintada en la sala de exposiciones, como que la hizo adrede para el espacio; en buena hora presentamos al pintor con el CBC, se nota que se entendieron de maravilla. Yo, qué quieren que les diga, estuve inspirado y la presentación de mi libro alcanzó a rozar las alas del arte, aunque como está mal que uno hable de sí mismo y se ponga adornos floridos, habrá que esperar a que la fama parlera corra y cuente a todos los vientos lo que ahí ocurrió. Y lo de Fernando cantando y Gerardo Arriaga tocando la guitarra fue un colofón de sorpresas de tan alto nivel que yo, que toda mi vida he oído cantar al Chino me quedé estupefacto de la armonía que se logró entre esa voz y esa guitarra.


Escúchalo:
[audio:http://www.alejandroaura.net/voztextos/20070826aurapuertacerrada.mp3]

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