Normalidad frustrada

Uy, uy, uy; ayer muy preocupado por la continuidad de la bitácora, tanto que no me importó publicar la página a las seis de la tarde, y hoy en cambio he dejado pasar toda la mañana como si fuera lo más natural del mundo. Hundido en el desastre del tiempo desubicado. Pero no crean, me acabo de despertar. Con trabajos llegué a las diez de la noche y caí rendido pero aquello fue un engaño, una trampa alevosa y cochina tendida por las fuerzas del desorden, porque a la una estaba despierto, desorientado y presa del descontrol y la inutilidad. Adolorido y atontado. Quise leer y no pude, quise escribir y me salían puros clavos y tornillos, me salía viruta metálica que hacía sangrar los ojos al querer leerlo; borré lo que llevaba y me hundí en la prensa; supe todo lo que pude sobre las elecciones en Michoacán y sobre el pleito de Hugo Chávez con el rey Juan Carlos; supe todo lo que publican los periódicos sobre la ayuda que el gobierno del D.F. manda para los daminificados de Tabasco con indecente tendencia partidista y el chisme de que un cantante llamado Melendi hizo que se regresara el avión de Iberia que iba a México porque no le pudieron controlar las imprudencias de la borrachera.

Pero luego, como a las cinco nos volvimos a dormir –había ya arrastrado a Milagros al torbellino, por eso el plural- tenía en las manos el perfume de dos mandarinas y el corazón sereno, por lo que me volví a despertar a las nueve de la mañana, hora perfecta para empezar el día, me dije. Había hecho cierto acopio de novedades de la memoria: olores de la casa, la textura de las almohadas, el color imperativo de las plantas, el reencuentro afectivo con los ruidos habituales de la convivencia vecinal, y con ellas podía intentar el encarrilamiento de nuevo del tren por el que este blog se deslizaba. Pero la compañera de cama, renuente a mis desajustes, me tiraba hacia el fondo como ropa mojada y sin querer caí de nuevo; me fui a lo profundo, ya sin pensar si eran las horas de dormir correspondientes al pedazo de día que se quedó en el avión o eran las legales de estar ya en casa o eran unas preventivas para la normalización de las rutinas. El caso es que nos dormimos toda la mañana.

Y ahora me siento tan culpable. Tan indigno de la confianza que han depositado en mí. Aunque tengo un abogado adentro que litiga mi pleito: dice que no hay causal de delito si el actor se ha visto impelido por las condiciones del entorno o por las leyes de la naturaleza, y en ambas categorías encuentro justificante, por lo que llevo dicho, de modo que me acojo a la benevolencia de sus señorías y no queriendo retrasar más el momento en que esta página del diario aparezca en su lugar, corto el discurso por lo sano, con el compromiso de que procuraré enmendarme en lo subsiguiente, y paso a publicar esta tan breve como inútil crónica de mi primera noche en casa luego de los viajes previamente reseñados. Doy fe.

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