Las causas de la muerte son siempre las mismas: por haber vivido. El pretexto es lo de menos, cualquier forúnculo, una gota que escurre, un grumo que traspasa. Sobre tales minucias se construye la historia de cada muerte particular pero en el fondo sólo hay una razón efectiva, todos morimos de lo mismo.
Mis otros hijos me llamaron hace rato para reseñarme su experiencia, su participación en las exequias. Yo desde acá tomo mi distancia, la valoro y quisiera más que nada estar con ellos, mimarlos, besarlos, contenerlos en un mismo cuerpo común.
El blog ha servido de pájaro mensajero, como una plaza se ha llenado de gente que nos estima, que trae flores, que canta y reza, según las creencias de cada quien, para acomodarse a la idea de que ya que hasta ahí llega la vida hay que tomarnos de la mano y ponernos a soñar.
Como si unas aspas muy potentes hubieran soplado sobre mi nido dispersándolo todo y no encontrara mis cosas. Desconcertado. Estiro las manos y no alcanzo a tocar nada.
La compañía de Milagros me hace recoger las piedrecitas dispersas y conforme pasan las horas me acomodo a la idea. Ni pensar en plazos, ¿para qué? Hoy es viernes, escribo, voy a desayunar. Ojalá que hoy tosa menos.