Tempranito

Predesayuna. Es temprano pero parece que ya acabó de dormir por lo pronto –lo que no quita que dentro de dos o tres horas le venga de golpe la ambición de completar el caudal de su libreta de perezoso y se tire una hora más de desconexión ilusionada, así que –transformado en él para vivir más desde dentro la experiencia- voy y busco en el refrigerador una gelatina; la última, una de chocolate con agua, de un sobrantito de un soconusco que quedó el otro día que lo desayunamos con churros; son las ocho y agrego dos almendras amargas de la última brujería que estoy practicando pero como nos queda el gusto de ligero acíbar en la boca me echo un puño de pasitas de uva para que recojan los restos de amarulencia que se agazapan en las encías para ir saliendo a lo largo de la hora, cuando vengan otras dos a refrendar la confianza en caminos que la ciencia no patrocina, y luego, del que suele ser abastecido frutero vamos y cogemos una mandarina de las que hacen los laboratorios de la huerta de Valencia con tierra y sus componentes, sol y los suyos, aire, agua y causa común con la delicia. ¡Qué bien hechas están por lo general las mandarinas, oigan! Huelen como los hombros de las muchachas bonitas y son de una piel que se deja quitar sin desgarraduras ni traumas para pronto entregarse al elegido, ¿uno escoge la mandarina o entre ellas tienen un orden secreto para ir saliendo a bailar?

El caso es que hace este predesayuno –yo, aunque diga que participo, ya se entiende que lo hago en un plano puramente virtual, que saboreo con la imaginación y con la experiencia de otras vidas en las que me ha tocado no ser el narrador sino el narrado- y se prepara para cuando coma un plato de rebanadas de distintas frutas o un tazón de picadura de lo mismo con agregado de nueces, piñones, cereales, pasitas, avena y otros componentes del muesli y una buena cucharada de nopal y linaza deshidratados y revueltos con jugo de naranja, que actuarán adentro de los intestinos como facilitadores del tránsito para evitar los efectos paralizantes de alguno de los componentes de la quimioterapia. Tiene su chiste, no crean; no es tan fácil ser enfermo, hay que disciplinarse y encontrarle el gusto.

Es sábado ya; la química tiene que haber hecho sus combates en los minados campos de los pulmones; las unidades se estarán retirando -lo que no he podido imaginar es si se repliegan en orden o en desbandada y a discreción se van quedado enamorados de las partes que se encuentran-; mañana quizás pueda tomarse un vaso de vino y poco a poco volver a comer de todo, volver a salir a la calle, caminar para construir músculo porque con tantos tiempos muertos las canillas están más que quijotescas, e integrarse un poquito a la vida: hay que ir acá, allá, a eso otro, a ver, a comprar, a preguntar, a darse de alta, a recoger asuntos para cambiar de tema y dejar de atosigar a sus pobres lectores con lo que la elegancia y la discreción –tan enemigas de la literatura, eso sí- indican que no debiera estar ventilando tan desaprensivamente.

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