Ah, si nevara, si el invierno fuera serio y cumpliera con sus obligaciones como Dios manda. Navidad: nieve. Blanco el entorno de cristal del mundo. Todo un palacio de algodón desmenuzado el espacio visual con algunos toques de color que imponen ciertas cosas que se mueven y algunas indiscretas luces en las esquinas: los fragmentos de humanidad arropada que esperan el semáforo para cruzar lo blanco permanente. Los árboles sosteniendo un aire blanquísimo y corpóreo y un chisporroteo constante de agua estallada en frío que se mueve para todos lados en bamboleos nefelibatas buscando seducir al viento y encontrar un poco de espíritu en dónde colocarse para figurar en la orquesta que cubre con ese sonido blanco todo el paisaje. Eso sí fuera lo que uno espera de estas fechas. Uno entonces, entusiasmado por el buen orden cósmico, soltaría la fuerza lírica de sus imaginaciones y en la página encalada pondría toquecitos de encanto y de ternura navideña.
Pero más típico sería que nevando nos acercáramos a ciertos portales y viéramos las colas enormes soportando la intemperie con tal de ver un Nacimiento (un Belén, llámanlo aquí) armado con todas las de la ley escénica y luminotécnica para gozo y disfrute de la concurrencia, en contra de la opinión que acaba de verter Benedicto XVI, que dice que no había vaca ni mula ni pastores, que estaban no más la familia y su soledad y pobreza, que no le anden agregando compañías que no tuvo, calores que no lo protegieron y olores que no mamó. Lo malo es que no sabemos a ciencia cierta si en aquellas tierras del Belén original habría nieve en tales fechas o estamos imponiéndole a dios un paisaje con borreguitos que no le corresponde y va a venir cualquier día de estos el Papa a desmentirnos. Pero sea cuando ocurra, y adoptaremos sumisos la docta opinión del criterio infalible; mientras tanto que viva su contrario: vox populi, vox dei, que para nosotros la lógica es esta: Navidad: nieve, blanco armiño de pureza sobre la tierra. Y sobre ella nuestras construidas imaginaciones.
Pero no; digo que fuera y no es; me vino una pura nostalgia imaginativa de que esta nublazón del día produjera un cambio de paisaje, pero no me hagan caso, nada más amaneció nublado pero el sol ya se está abriendo paso y Madrid luce con todos sus colores intactos y un buen frío para ponerse abrigos y bufandas. Nada de nieve, ni que se le parezca. La gente hace cola para comprar lotería en todos los expendios; colas incomprensibles de gente que compra un cachito, porque acá la suerte es compartida, no se compra el entero de un número para sacárselo a solas sino un décimo para obtenerlo en corro, en panda y bebérselo de cava y salpicarse y reírse pensando si alcanzará para pagar la hipoteca que tanto pesa al mes o para unas vacaciones en Canarias, en donde ni de broma se podría pensar que la navidad sea como Dios manda, con nieve. Ah, blanca Navidad.