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El momento de la victoria

EL MOMENTO DE LA VICTORIA

La edad llega de pronto.
Burlona y desencantada cae sobre nuestros ímpetus.

¡Somos eternos! –grita la fantasía dorada
de nuestros queridos abuelos
mientras con un garfio se aferra
a la mandíbula carcajeante
de algún dios con la nariz demasiado notable.

Somos eternitos –dice algún pobre músico
en el momento en que se revienta la cuerda de su violín.

Muera la eternidad –susurran los clientes
de un lujoso almacén:
palabras en inglés,
cremas, modas y nueva música sacra.

La edad rebasa la conciencia.
No hay hora en que la piel no pierda un mundo.

Escucho el grito de los perdidos en la mitad del desierto
y no respondo;
como un sordo cierro el alma;
qué más da, me digo, y me pongo a fumar,
a comprar camisas,
a dialogar con los que se interesan por mi juego.
Sí oigo, mas parezco el hijo de mis padres.

Me oigo gritar a fondo,
un sol de grandes ubres maduras me está quemando;
un arenal, un gran espacio salobre, dunas, viento, nadie.

Hermana de los dioses, agua dulce,
agua natural y limpia, agua saludable,
el quejido de los calcinados
es sin duda el depósito cierto de la cólera.

Duro contra los inocentes;
que los cándidos se revuelquen en el pasmo
como los caracoles en la sal;
duro con ellos;
que la buena fe caiga en las piedras,
muerda hulespuma, vidrio, talco.

Duro con ellos.
Víctor se suicidó todo mordisqueado por la fealdad;
cabían en sus ojos infinitas flores
y nunca supo dónde poner su hocico casto.

¡Duro con ellos!
¡A la mierda!
Los que nos empujan al triunfo
esperan vernos coronados de asco
entregando el caudal en una bandeja de plata.

¡Duro con ellos!
¡Que se pudran!
Alcanzarán al fin la efervescente hora de la victoria.

¡Viva Villa, hijos de la chingada!
¡Viva Clemente Orozco!
¡Viva el rictus de los ajusticiados en la hoguera
y viva San Sebastián con sus montones de flechitas
en el cuerpo bello y roto para siempre!

La edad confirma los sueños aceitosos
que persisten más allá de nuestros juegos.
Gira una enorme araña luminosa,
la luz da vueltas,
la inocencia apesta,
el trance supremo se vuelve de pronto una cosquilla,
doy un respingo y me río.

La buena edad está presente.

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