Ponerse zapatitos…

Gramo tras gramo crecemos los humanos un tiempo; oscilamos luego durante la vida y finalmente comenzamos a perder peso hasta volver a la levedad ingrávida del polvo. Cuando llegué a vivir a este piso estaba acostumbrado a oír sólo el paso lejano por la calle del barrendero madrugador, las motocicletas de los repartidores de la prensa, el estacionarse de los coches que llegaban a los primeros turnos. Sobre mí sólo el casi imperceptible caminar de los pájaros en el aire. Vive una pareja joven en el piso de arriba; tenían una niñita pequeña y un bebé; eran, puedo decirlo así, inaudibles como grupo; luego tuvieron otra niña y el que era bebé pasó a ser niño y la nueva criatura ha ido creciendo gramo a gramo; ahora los tres van a la escuela y a cierta hora de la mañana ya todos tienen puestos sus pequeños zapatos y el dispositivo de la prisa matutina; cuando suben mucho el volumen se oyen sus voces, sus llantos cuando es necesario; los padres se dan prisa para ayudarlos; está mecanizado el jugo de naranja. Los oigo en las mañanas porque coinciden con mi hora de despertar; a veces me sirven de reloj. Caramba, pienso, ya se levantaron los niños, ya es tarde. Más pronto de lo que ellos se imaginan adquirirán tal peso, gramo a gramo, que no quepan ya en la misma casa y tendrán que emigrar hacia otros pisos que estén probablemente arriba del que acoja a un señor que los oiga nacer, crecer, llorar a veces, ponerse zapatitos…

“Varios lingüistas aseguran hoy en las páginas de The International Herald Tribune que la lengua inglesa domina el globo terrestre (en calidad de idioma de comunicación universal) como ninguna otra lengua lo ha hecho en la historia. “Nunca será destronada como reina de las lenguas”, afirma el diario.” Esta cita la saqué de El País de hoy, y me dio risa. Qué manía de los imperios la de pensar que hay algo que pueda durar para siempre. Y qué flojera.

Antes de conocer el deslumbrante poema de Julio Trujillo Proa, que nos dejó a todos, para siempre -esta vez sí, para siempre-, fuera de toda competencia posible por el record Guinness de brevedad eficaz, creía que este poema difícilmente encontraría un competidor: empieza y termina en acentos que no dan escapatoria alguna; cinco letras, cuatro letras y tres letras, un embudo que acaba en la boca del cosmos; seis sílabas, tres palabras y las tres en crecimiento constante, cada una dependiente por completo de la que sigue para crecer en forma exponencial y crear una realidad física de gran horizonte; en el plano vertical, que llena todo el espacio, la última sílaba se vuelve a unir con la primera palabra para volver a comenzar, de modo que el poema no se acaba, está permanentemente activo y ocupa los trescientos sesenta grados de su propia realidad, y todas las dimensiones. Que guste o no es otra cosa. A mí me gusta. Y no estaba interesado en que fuera breve, así salió.


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