Un detalle feo y otro no

Por España, cuando se ofreció, México se dio entero. Miles de españoles, refugiados de la Guerra Civil, llegaron al país y tuvieron todas las condiciones para vivir como seres humanos en situación de desventaja. Claro que la historia no es nada personal y distintas generaciones tienen distintas necesidades, pero no deja de dar tristeza que los españoles acaben de aprobar y poner en práctica un comportamiento en sus aduanas que nos resulta tan ofensivo: selectivamente piden a mexicanos al ingresar que demuestren tener el dinero suficiente para permanecer en el país el tiempo que dicen que estarán o, en caso contrario, muestren la carta de invitación de quien se hace responsable por ellos.

Han comenzado a darnos un trato discriminatorio de país pobre. Es cierto, en México hay muchos pobres y hay millones de trabajadores migrantes, como hubo en España hasta hace treinta años, nada más que los mexicanos no suelen venir a Europa, queda mucho más cerca Estados Unidos. Y la historia no es un muladar en el que se van tirando los desechos del pasado. O habemos algunos que creemos que no debe ser así. Muchos años antes de la Guerra Civil, mi abuelo alicantino llegó a México a buscar trabajo, como tantos otros miles de españoles, y así fue por generaciones hasta antes de que se inventara que la única mercancía que no tiene fronteras libres es la gente. Todo lo demás está pactado en los tratados de libre comercio. Ojalá que nuestro próximo embajador (porque ahora no hay quien nos defienda) pueda tocar el espinoso tema. Muy feo detalle.

Y otro no: ustedes no se imaginan lo que era hacer televisión hace cuarenta y cinco años. Nada de la magia con que ahora se miente creando universos virtuales existía, la televisión era el testimonio que las cámaras daban de lo que ocurría en un espacio determinado. Unas camarotas de este tamaño que sólo veían lo que encuadraban. Lo que se hacía era lo que se veía en la pantalla. Yo empecé a hacer televisión, como actor, cuando la llamada televisión cultural era un concepto que no se correspondía con la realidad: el Canal 11, de México, tenía una cobertura ridícula, lo veían unos cuantos vecinos que se acercaban al Politécnico, que era la institución que tenía el permiso de transmisión, a pedir que les adaptaran la antena especial que se requería porque la señal, aunque era abierta, no contaba con la simpatía de la televisión comercial y no había manera de verla por más abierta que fuera. Decíamos en nuestra amargura inocente que el crimen perfecto era matar a alguien y echarlo al aire por el Canal 11, con la certeza de que nadie jamás lo vería. Hoy tiene cobertura nacional, repetidoras internacionales vía satélite y un prestigio consolidado como ejemplo de televisión cultural.

Y viene a cuento la evocación porque acabo de leer en la prensa que por fin contará la UNAM con un canal propio de televisión abierta en el Canal 20 y comenzará a emitir a fines de este año. Hace muchos que la UNAM produce programas pero nunca ha tenido un espacio propio de pantalla; ahora podrá diseñar un modelo de televisión cultural a la medida de su tradición y su esencia; esta universidad tiene la difusión de la cultura como una de sus tres funciones sustantivas, junto con la investigación y la docencia, por eso es ejemplar. Le llega muy tarde el permiso gubernamental pero al fin le llega; ojalá que pueda acortar pronto el camino por los atajos y ubicarse en el espacio mediático con la fuerza que le corresponde. Con este, habrá tres canales de televisión cultural en México, contando el 22. Insisto en que es un país grande y culto, y avanza, pese al escepticismo común que arrastramos los mexicanos.

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