Claro; es que la jerga, para el habla de los españoles es el lenguaje especial y familiar que usan entre sí los individuos de ciertas profesiones y oficios, como los toreros, los estudiantes, etc., tal como dice en su 2ª acepción el Diccionario de la RAE, y no lo que dice en la 1ª: tela gruesa y tosca. Por eso Milagros, que sabe que tengo un coloquio permanente con las cosas, creyó que hablaba yo con el trapeador por las noches cuando ella se descuida. Y la verdad es que no anda tan desencaminada porque esa posibilidad es potestad de los poetas. Miren, si no, este maravilloso párrafo que me acabo de encontrar en las Argonáuticas Órficas, de Porfirio, una de las versiones del viaje de los argonautas que leímos hace años en nuestro club de lectura. Están en el momento de botar al mar la nave Argos pero no pueden porque está pesadísima:
“Se despojaron de sus armaduras y se ajustaron a sus pechos la cuerda de arrastre. Y, naturalmente, cada uno cargaba su peso con presteza para arrastrar a las ágiles olas la elocuente Argos (elocuente, porque la nave tenía el poder de hablar, que le dio Atenea, quien les ayudó a construirla) Ésta, incrustada en la arena, resultaba pesada, al estar retenida en la tierra por algas secas, y no respondía a las vigorosas manos de los héroes. El ánimo de Jasón se encogió (Jasón, como ustedes se acordarán, acaba de ser elegido jefe de la expedición en una ceremonia padrísima) y me hizo una seña a escondidas para que con mi canto excitara a mi vez la confianza y la fuerza en los fatigados héroes. Entonces, con mis manos tensé mi lira y entoné un canto alegre y rítmico, de mi madre, y de mi pecho hice salir una voz dulce como el lirio.”
La descripción sigue, más bella cada vez hasta que entre el esfuerzo de los muchachos y el canto del poeta, la nave responde entusiasmada, se aligera y corre al mar a comenzar la aventura. Claro que la fuerza de cuarenta o cincuenta fortachones es mucha pero quizás no lo habrían logrado sin el vigor colectivo que otorga la poesía. Y sin su poder para transmitir vida a las cosas. Y en todo caso, cada quien tiene que hacer su trabajo.
Y ahora resulta que ya me comí el espacio en que iba a describir, para los pocos que no lo saben, cómo es el juego de barajas Continental, en el que anoche estuvimos todos tan desacertados, excepto Fernando que se fue livianito hasta el final y nos dejó con unos numerotes que difícilmente vamos a remontar cuando hagamos promedio. Nimodo, así es la suerte. Pero vieran lo bien que la pasamos y lo mucho que nos reímos.