Púas rituales

No, qué; las venas están ya bastante socorridas; por más que le busquemos, duele esta o duele la otra. Yo empecé negándome y acabé aceptando que soy un acerico, un alfiletero en el que la bruja de las costuras clava sus púas mientras va haciendo la moda. A veces no me ha dolido nada; a veces; pero las más a la hora que meten el canutillo siento como si me tocaran una parte íntima sin cuidado; feo, pues. Como no me gusta mirar. Así que no estoy seguro si son de metal o de plástico. Ha de haber de unas y de otras. Lo que sí se me viene a veces es que con las puntas de los magueyes, cuando se te clavan, te entra un dolor que ves estrellitas, dicen que por una sustancia natural suya que tienen en la punta. Hasta creo que se usaban como parte de actos ceremoniales, que se las clavaban hasta en el pirulí. Estas son estériles pero duelen, aunque lo feo son sus repeticiones. Ay, sí: ya me veo consagrando como sacrificios rituales cada pinchazo que me dan: este va por mi curación, este por las víctimas de la mala educación cívica, este por la abolición de las tarjetas de crédito, este por la salvación de Carlos Slim.

Y para colmo, con el calor y con lo de que nadie trabaja a gusto en agosto porque todos andan en la playa menos los que no pudimos ir, Begonia, que siempre lo había hecho muy poco doloroso hoy me pinchó de balde la primera vez. No, no te preocupes, duele más el esparadrapo cuando me lo quito, me arranca todos los pelitos. Pero eso nomás de puro caballeroso porque ay pinche dolor que tenía en el dorso de la mano. No, pues mejor otro piquete porque nomás te estoy lastimando; ahora no quiere. Ándale. Y cogió otra vena un poco más arriba que se veía pachoncita y verde; pero a lo mejor no estaba en su mejor día o algo porque también me dolió. Y empezó a fluir sangre por el tubo de plástico. Hoy sí me atreví a mirarla, salió bermellón y brillante y no negruzca y espesa. Quizás sería por algo de mi estado de ánimo. El recipiente de plástico no tiene que llenarse, nomás con que llegue a la mitad; ahí activan ella y la doctora una máquina que me queda de lado y no miro nunca; se oye un ruidito de motor y el regreso animoso de la sangre a la vena se hace por la misma manguera por la que acaba de salir. Diez minutos, ¿eh?, o quince cuando mucho.

Nomás que ya está ozonificada. Una es la envilecida que salió, sucia de andar por esas calles de adentro, corrompida con tanta porquería que anda trasegando, ¿te imaginas?, es la responsable en las esclusas internas de todo lo que se mueve de uno; si se queda quieta se coagula así que no puede descansar ni un ratito durante toda tu vida, hagas los aspavientos que hagas, y otra la que regresa gasificada a brincotear limpita entre los estorbos que se encuentre en el camino. Ha de ser ilusión de óptica pero ya de regreso se veía mucho más oscura y agresiva, como la sangre de las películas y de las fotos. Se supone que queda espectacular, que disminuye (no entendí pero me pareció que era por arte de magia) el tamaño del tumor; lo que sí noto es que me fatigo menos, tengo más energía y ganas de moverme y hacer cosas. Y que tiene que hacer menos los efectos de la quimio. A saber. Ozonoterapia. Ni quiero contar, pero las agujas que me han metido ya han de andar contabilizando cientos; y no, las venas ya chillan.

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