Vísperas

Nos emocionó que había un oficio de vísperas en la iglesia de Santo Domingo de Silos, entrada libre a las siete de la tarde; yo no hice la visita previa del claustro porque vinimos hace unos cuatro o cinco años expresamente a conocerlo y mido mis poderes para que me alcancen para lo que deseo, de modo que mientras los demás fueron, la sopa castellana de ajo, el cochinillo asado y el Ribera del Duero secuestraron mi libertad de movimiento un rato y me eché un coyotito en el coche; la verdad sí se me antojaba el canto gregoriano celebrando la Asunción de la Virgen María porque he oído cantos de monjes muy conmovedores –sin que diga que es mi música predilecta, tampoco-, algunos católicos y otros ortodoxos que te hacen vibrar cuerdas íntimas que ni sabes dónde las tienes. El enigma de lo bello, pues. Las voces unidas para la celebración religiosa pueden alcanzar registros de insospechada espiritualidad, muchas voces varoniles entrenadas día con día para ir cada vez un pelín más alto en la búsqueda del oído al que aspiran a llegar. O eso dicen.

El caso es que nos hospedamos junto a la iglesia para poder estar a las siete. Un pueblito de nada, pequeñajo, sin más industria que el atractivo del convento y un montón de hoteles. La tarde calurosa, el cielo azul y transparente. No digo que estaba llena la iglesia, que no es nada chica, pero sí había mucha gente, y cosa curiosa, muchas familias con niños. Pensé que costaría trabajo mantenerlos callados y atentos a una música que no se puede decir que sea entretenida o variada, aunque repartieron cuadernillos con las letras en latín y español de lo que cantarían para que uno pudiera seguirlos. Me equivoqué: los niños se estuvieron calladitos y quietos o se salieron en cuanto empezó. O sea que por el público no quedó.

Pero no, qué decepción, un oficio burocrático, sin alma; parecía que los monjes estaban pensando en otra cosa mientras cantaban. No digo que cantaran mal sino que no estaban en lo que estaban. Hacían todos los gestos del ritual, venían vestidos de manera adecuada, sahumaban, se movían con lentitud, metían y sacaban sus librotes para que el oficiante principal, el de la capa bordada y el báculo historiado, leyera las palabras enigmáticas, miraban hacia abajo, tenían la solemnidad completa sin la cual los oficios rituales se vuelven ridículos, pero les faltó todo el tiempo aquello que hace que un ritual vaya más allá de los gestos y se vuelva una voz compartida, un solo latido de un corazón colectivo que lleva al unísono la sangre a la copa de un brindis con la belleza, de un trago compartido de esa bebida suprema que es el arte. Lástima. Éramos muchos los que esperábamos ese pan y nos dieron atole con el dedo.

[audio:http://www.alejandroaura.net/voztextos/20070815auravisperas.mp3]
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