Despertar con mandarinas

Vamos, mandarina, enciéndete y de tu plena desnudez –ya que no te queda más remedio pues el pudor discreto con que te vi repetidas veces en el frutero ha dejado el paso a esta provocación indefensa con que saliste de en medio de las otras, las que hoy no fueron escogidas, por ese incomprensible arrebato de la mano que se tira a seleccionar y agarra una- da el máximo que puedas y alegra el primer acto de la mañana de este que se pasó la parte reglamentaria de la noche resolviendo a toses situaciones distintas, concordatos, avenencias, explicaciones, revelaciones, retos, porque se dividió en varias voces que aceptaron que si ese era su lenguaje lo usarían lo mejor que se pudiera para la convivencia y la solución de las cosas que siempre están por resolverse; su explicación, al menos. Todo estuvo bien unas cinco horas de asamblea onírica hasta que de pronto hubo un tiradero de toses sin orden, un amontonadero ya nada más como de piedras, de cascajo inservible y la conciencia del durmiente comprendió que eso no servía ya para nada. Pues a otra cosa si el sueño no da para más por el momento. A comerse una mandarina. O dos.

Aquí la cortina disimula pero afuera ya está la luz del día. Y todavía parece que hoy y mañana hará buen tiempo pre primaveral. Es martes de Semana Santa. Ayer por una vena del brazo derecho que le estuvo doliendo por la noche hasta que Milagros amorosamente le untó pomada de árnica y sobó con paciencia somnolienta, entraron varios líquidos: sueros, antivomitivos, carboplatinos y sepa Dios qué más regalos de Navidad que les sobran y aprovechan el año para deshacerse de ellos. Hoy y mañana –porque esta vez es de aplicación tres días seguidos- tendrá que mostrarles otros de esos caminitos verdeazules que van bajo la piel entretenidos en lo suyo, procurando que no sean unos que estén muy dañados por el uso porque luego duelen. Las mandarinas están gloriosas, parece como si llevaran música.

De una enfermedad semejante a la que tengo, otro cáncer, se murió antier mi amiga Olivia con quien tanto compusimos el mundo cuando éramos jóvenes poetas; luego ya cada quien hizo con su porción lo que pudo; mi amigo Andrés se queda muy solo y yo quisiera tener, aparte de algo con que acortar la distancia del océano que nos separa para poder abrazarlo, un resquicio por donde no fluya el mal para ofrecérselo de resguardo; tengo el de la luz de la mañana, tengo el de las mandarinas; el del sueño es muy ruidoso y no contiene paz, mejor la vigilia alborotada. Ya sabemos, igual, que todos son entretenimientos pasajeros; escojamos entre ellos los mejores.

El contraste es rudo: anoche estuvo leyendo unos relatos de Bukovsky, Se busca una mujer, tan secos, tan desalentados, tan desérticos y alejados de toda expresión cordial –whisky, mariguana, golpes, sexo seco, pobreza, desesperanza; excepto uno que le pareció de gran ternura: una lucha de boxeo en el ring con Ernest Hemingway- y hoy, que todo le huele a mandarina, queda más de una hora para el desayuno antes de irse al hospital a recibir la mejoría. Se me queda viendo y no parece estar tan satisfecho con mis intromisiones.

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