Deveras que somos juguetes del azar. La casualidad está por encima de la previsión. La voluntad misma, que uno pensaría que es una flecha que va en línea recta hacia el blanco de su destino no es más que una errática lombriz que se mueve por donde la condición de dureza o blandura de su tierra le permite. Ayer, por ejemplo. Venía a comer con nosotros Carlos Cruz de Castro. Ah, pues ya sé, pensé, hago unos ratones con estos bisteces delgaditos de carpacho que tengo en el refrigerador. Puse entonces a cocer papas, zanahorias, pimiento, calabacín y apio; cada cosa la puse con su tiempo de pocos minutos para que no se cociera de más porque luego tendría una segunda oportunidad cuando ya hechos los envoltorios con la carne los metiera a la salsa de tomate, que puse a cocer aparte. Porque los ratones son eso, unos rollos de carne rellenos de verduras picadas y hechos en su salsa. Pero ya que estuvo el relleno mínimamente cocido y picado me di cuenta de que los cortes de carne eran demasiado pequeños para el propósito y aunque estaban muy bien acomodaditos en su bandeja de unicel al extenderlos se dejó ver que eran irregulares y que su vocación no estaba orientada en la dirección que yo había pensado.
Bueno, me dije ante la circunstancia, pues hago carpacho y una ensalada de verduras semi cocidas. A la carne cruda le hice una vinagreta con abundante cebolla finamente picada, soja, aceite y un condimento balsámico blanco italiano que está hecho con vinagre de vino y mosto de uva. Y a las verduras les puse aceite, vinagre de sidra, sal gorda, pimienta blanca, tocino (bacon) dorado y una inspiración que le surgió a Milagros en ese momento, mientras le agregaba garbanzos: chapulines de Oaxaca –todavía tengo en el refri unos pocos de una bolsita bien provista que me trajo Ernesto Lumbreras cuando la presentación de los libros de Calamus, el mío entre ellos-, unos chapulines pequeñitos, o desmenuzados, de tal suerte que no se aprecia que son bichitos saltamontes pero sí se disfruta su sabor ligeramente ácido. Pues creo que fue muy afortunado el aderezo, la ensalada obtuvo muy buena respuesta en la mesa, y no sólo, sino que Carlos se entusiasmó con los chapulines que vinieron a la mesa en un pequeño cuenco y los comía con pedacitos de pan mojado en aceite y con su pizca de sal.
Presenté también en la mesa una cazuela con langostinos aderezados con ajo, perejil, un poquito de chile ancho, sal y abundante aceite; no digo que estaban de rechupete porque últimamente no he tenido aciertos espectaculares sino correctas aproximaciones. Así es la inspiración. No sé por qué los griegos no le pusieron musa a la cocina, quizás porque su dieta de carne asada no había alcanzado la altura del arte; hoy la pondrían entre las primeras. Hubiera hecho una ensalada de lechuga, cebolla y tomate; habría puesto quizás a cocer un poco de arroz para acompañar los ratones, pero quiso el destino, con sus actos burlones, que mientras cocinaba todo cambiara y que los chapulines se volvieran protagonistas. Juguetes del azar es lo que somos.
Escúchalo: [audio:http://www.alejandroaura.net/voztextos/20070823aurachapulines.mp3]