La piel de la cara

Me duele la cara. Siento la piel hinchada y palpitante. Al tocarme ingreso a un mundo horroroso en el que la deformidad se impone: los datos que devuelve el tacto son mucho peores que los que la vista recoge en el espejo. A la vista estoy normal, quizás un poco inflamado. Qué susto, pensé que había ingresado a la categoría de los seres con deformaciones patológicas, que daría miedo mirarme. Antes de incorporarme para ir a constatar la debacle sentí que todo yo era una cara adolorida y deforme sujeta a la acción devastadora del aire. Siento pasar el tiempo sobre la piel de mi rostro y sus alrededores como si el tiempo fuera una acción concreta y física que roza y lastima, corroe, desdibuja. Si fuera un busto esculpido sobre un pedestal preferiría ser la piedra lisa y llana, porque toda la superficie significativa de la efigie está ocupada por la irritación; del cuello hacia arriba, hacia las orejas y bajo el pelo; y por la cara, la barbilla y el entorno de la boca apenas anuncian lo que ya hay de rugoso y purulento en las mejillas y en la nariz, en los párpados, en las cejas que anuncian comezón y al tacto duelen, en la frente por la que ayer podía pasar la mano en gesto pesaroso y hoy el roce de la palma me lastima.

Pero ayer que fui a la tienda, mi amigo el bodeguero me dijo: hay que afeitarse, Alejandro, a veces nos pasa a nuestra edad que ya nos da pereza hacerlo. O sea que creyó que era un problema de apariencia externa. Y yo no lo saqué del error. No vio los fatídicos efectos del acné galopante que la medicación me ha producido. Otro amigo vino a comer ayer y no sentí que me mirara con horror ni que encontrara en mí la criatura deforme que esta mañana despertó de mi sueño personal sobre mi almohada mandándome mensajes valetudinarios. Quizás estoy exagerando. Puede ser que después del agua y el jabón abundante, una loción refresque la piel y se me pase esta sensación de cuero en sancocho listo para entrar a la manteca caliente para hacerse esponjoso chicharrón. Tal vez he cedido a una sensación incómoda porque al despertar me asusté y he construido una tragedia en donde sólo hay puntitos rojos y puntitos blancos que desaparecerán sin dejar huella si me abstengo de manipularlos.

Y por otra parte, debería ser más discreto; hay cosas que le pasan a uno que no tiene por qué ventilar ante los demás. Pero me debato en un conflicto interno: este diario ¿lo es realmente, con los riesgos que conlleva, o es un cuaderno de pretensiones literarias sujeto a leyes ajenas a la verdad, la sinceridad, la confesión y a veces la hipérbole, tan humana? Es cierto, lo van a leer personas que se podrán sentir incómodas de que un señor cuente con voz gangosa, en medio de accesos matutinos de tos, su sensación de figura deforme al despertar porque se pasa la mano por la cara y la mano quizás no ha regresado del sueño al mismo tiempo que el resto de la persona y aporta unos datos que no debiera, y la piel de la cara tal vez no ha cubierto su cuota de reposo y reporta señales equivocadas, porque, repito, el espejo, ahorita que ya fui a verme, ha resultado mucho más benévolo que yo en sus juicios.

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