Ni Supermán ni Mileidy

En una generación anterior que viví, hace más de cuarenta años, la encantadora actriz venezolana Teresa Selma nos hizo soltar la carcajada en un encuentro de poetas cuando nos ejemplificó la anarquía de los nombres propios en su país: aquel se llamaba Usmaíl, su amorosa madre lo había sacado de los timbres postales de las cartas que le mandaba el papá de la criatura. Entre los mexicanos es emblemático el nombre de Massiosare, que bien podría ser de origen italiano. Conozco a un director escénico en Cuba que se llama Doymeadiós. Y esto, aunque atípico y raro, no me parece que sea materia legislativa. Porque tendría que serlo también una lista interminable de unos que dizque sí se valen: Modesto, Pura, Constancio, Linda, Severo, Dolores, y todos aquellos cuyo significado puede insidir en contradicciones con el carácter o temperamento del nombrado y crearles traumas o provocar el escarnio. Todas las palabras que se usan en el mundo para nombrar a las personas tienen un significado, todas una etimología: Cuauhtémoc, águila que cae; Pedro, piedra; Eunice, de fácil victoria; Guadalupe, río de cantos negros o río de lobos; Doris, la que regala; Alejandro, vencedor o protector del hombre, y así.

Ayer publicó El Universal, de México, que se le ocurrió al gobierno de Venezuela modificar la Ley del Registro Civil para prohibir nombres que les cuesta trabajo pronunciar a los cronistas deportivos de los certámenes internacionales o que generen confusión o dudas en la forma de pronunciarlos o en el sexo de las personas. Lo primero que van a lograr es coartar un rasgo cultural, discutible pero innegable y simpático: la creatividad de los venezolanos en cuanto a las consecuencias de la identidad nominal, y el poco apego que tienen al calendario cristiano. ¿Y qué van a hacer con los apellidos? El señor llaves, ¿no es ridículo según tal criterio llamarse así?: llave es chave en portugués. No podrán hacer negocios con el banquero Botín, ni recibir al señor Mayor Oreja ni al legislador Borrego, y la señorita Cabello estará condenada a ser peinadora.

Lo que pasó, se ve en la nota, es que algún funcionario se ofendió porque se burlaron de él cuando dijo que en el padrón electoral estaba Supermán (parece que hay dos venezolanos que se llaman así), y quiere desquitarse. Porque lo de los cronistas deportivos como argumento, no se sostiene: ¿qué hacen si tienen que reseñar un partido de húngaros contra finlandeses o contra vascos? En cuanto a la confusión de sexos, qué le quita a un gobernante que un señor se llame Encarnación o Guadalupe o Inés. Y además, no da la impresión de ser hora política en Venezuela para coartar libertades tan elementales como nombrar a los hijos como a uno le dé la gana. Mejor cambien los nombres de los personajes de las telenovelas. Las sociedades en las que mandan los curas no tienen más remedio que someterse a tales imposiciones, pero ¿el Socialismo del Siglo XXI va a asumir esa inútil carga? ¿A quién se le ocurriría una empresa legislativa tan arriesgada y, perdón que lo diga, tan tonta?


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