Las maletas

En rigor, con el uniforme tengo suficiente; dos camisas y dos pantalones vaqueros alcanzan tranquilamente para dos meses de viaje, o más. Y en una mochila que se lleve en la espalda tres camisetas, tres calzoncillos, tres pares de calcetines y párale de contar. Bueno, un suéter, por si hace frío; el saco lo llevo puesto, por si hay que ir presentable. ¿Entonces por qué se me llena una maleta grande? Sin contar con los encargos. Por si esto, por si aquello. Uno, a cierta edad tiene que pensar en todas las circunstancias que pueden presentarse. Quizás el presidente de la República se entere de que estoy en el país y me invite a cenar y no es cosa de ir de camiseta, o a lo mejor el señor Slim –por quien tanto rezo- me convide a comer en el Club de Industriales y allí no dejan entrar a nadie sin corbata y ni modo de ir con mis zapatones de minero, hay que pensar en eso. De ligues por fortuna estoy exento, de modo que no tengo que pensar en el vestuario adecuado, y no creo que me contraten para ninguna película, aunque si ocurriera ese trance ellos se harían cargo del vestuario, faltaba más.

De cosas sí: tengo que llevar este aparatito desde el que me comunico diario con ustedes, y pesa lo suyo -¿se imaginan que decidiera no llevarlo como cuando viajaba uno atenido al servicio postal para comunicarse con los demás?, “querido amigo: ando en América del Sur desde hace meses y te recuerdo con mucho cariño, no sabes la falta que me hace un hombro para llorar”, así viajé por medio mundo y ahora sé que la vida era distinta; lo que no he dirimido es si era mejor o peor, pero en todo caso, no me había comprometido a escribir una bitácora diaria en la que diera cuenta de mis días y sobre todo, publicara, uno a uno, los poemas que llevo escritos en la larga cuenta de los años-; he de llevar el cargador de corriente y los anteojos que compré el año pasado y me quedaron tan mal que no he podido usarlos, así que iré a la óptica y una de dos: o me los ajustan o nos peleamos; algo que leer en el camino porque pasa uno horas y horas en los aeropuertos y en el avión. Y luego hay que llevar algunas cosas para los demás, por pocas que sean.

Empieza la cuenta atrás; ni el desayuno sabe a nada; al ratito vendrá Oscar por nosotros para llevarnos con su enorme gentileza a la T4, esa terminal que diseñaron para cíclopes y gigantes, pensando que algún día Madrid estará poblado por seres mitológicos -los que estamos apenas en proceso sufrimos bastante con las ingentes proporciones-. Viene ahora un lapso –lo conozco de sobra- en el que dejamos de ser nosotros para ser la carne de que se alimentan los aviones, materia sin personalidad ni gusto ni deseo, que hay que portear de aquí para allá, y traer, de allá para acá, la de repuesto. Pero lo más pesado de todo, y siento no haber sabido describirlo con precisión, son las maletas.

Ah: puede que a partir de mañana haya irregularidades serias en la ordenada continuidad de esta bitácora; ustedes sabrán comprender. Yo prometo seguir contándoles todo.


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[audio:http://www.alejandroaura.net/voztextos/20070920auralasmaletas.mp3]

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