La noche de la mañana

Qué rara es la gente. Qué raros son los conjuntos humanos. Durante milenios y milenios –tantos como los descubrimientos arqueológicos nos van alargando la antigüedad como especie- nos despertábamos cuando iba a comenzar la luz y nos dormíamos cuando se acababa, salvo que con el uso del fuego hubo chance de quedarse hablando un rato más antes de desconectarse. Pero ahora, cuando ya dizque dominamos a la naturaleza y somos los amos de la tierra, parte de la mañana ocurre en la noche. A las seis es noche cerrada, a las siete sigue siendo noche, a las ocho clarea y se descubren los rubores de la mañana, pero la vida urbana anda para acá y para allá desde antes de que la luz lo indique. Aunque la verdad es que como hay luz a todas horas, no hay riesgo de que venga una fiera mejor adaptada que nosotros para ver en la oscuridad y nos devore. Excepto los vehículos que conducimos, que matan a miles y una que otra fiera ocasional que piensa que la calle está muy solita y que te puede arrebatar la cartera. Pero esos en Madrid son realmente muy escasos.

Salí considerablemente más tarde, como a las siete y media, pero ya había visto desde la ventana que todo afuera era noche (el músculo de la luz diurna dormía), y la ciudad estaba en pleno movimiento, la gente entrando a las oficinas, los autobuses y los coches diligentes llevando a sus víctimas a sus respectivos lugares de confinamiento laboral o escolar. Tomé un raro taxi que no iba recibiendo su dosis cotidiana de construcción de opinión a través de la radio, como todititos, sino oyendo unos apacibles Vivaldis que hicieron que el trayecto al hospital fuera de lo más sereno y que el taxista, cosa rara, hiciera bromas. Había un gentío en la sala de espera del hospital porque la gente se enferma antes y después de las vacaciones, no durante. Y ya sacado de sangre para saber cómo andan mis leucocitos y demás flora y fauna, me mandaron a desayunar. No saben que este ratito que tengo lo aprovecho para reportarle al mundo los acontecimientos recientes.

Como el haber notado que la mañana usa como propia una parte de la noche. Con esto del aprovechamiento de la luz del día para ser más productivos los españoles están atrasados dos horas con respecto al paso sabio del reloj solar. De modo que cuando la aurora de rosados dedos… uh, el día ya va adelantadísimo y las figuras literarias ni tienen cabida ni nadie las recuerda. Una hora la cambian, como en tantos países, cada seis meses, que es momento para reflexionar sobre la precariedad del tiempo y la otra hora que falta no sé cuándo la movieron, ¿sería en tiempos de Franco o de la República, o de don Alfonso, el abuelo del cumpleañero de estos días, o más atrás, en los de la reina Cristina? Y ni a quien preguntarle ni buscarlo en internet; tengo que terminar esta página y prepararme para regresar a la consulta. Hoy toca que me digan cómo sigue la evolución de mi tumorcillo. A ver qué le podemos hacer para mimarlo.

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