Mientras duerme

Él sigue durmiendo tan quitado de la pena; es increíble que su constitución haya aceptado un solo hemisferio para pasar las noches y que sin ninguna rebeldía desplace los cambios de postura que el cuerpo necesita a un puro lado del contacto de su cuerpo con la cama. Llega a estar boca arriba –mi pizarra de gráficos registra con una aguja sensible la bitácora de sus ires y venires- pero lo siguiente no es buscar el lado contrario, el izquierdo, sino dócilmente vuelve al costado contrario y sigue sus trabajos sin despertarse, se ve que ha conseguido juntar en un solo extremo todos los materiales que el cuerpo y la noche necesitan para reconstruir las formas distintas de desgaste que las secciones reparan en el trance apropiado para eso de la noche. Ahora mismo lo dejé repartiendo explicaciones de las maneras distintas de comportarse ante el sueño; lo hacía con tal autoridad y conocimiento de causa que me resultó conmovedor porque parecía estar buscando desesperadamente el resquicio exacto para permanecer dormido un rato más. Preferí dejarlo e ir adelantando el quehacer que normalmente desempeño cuando ya está despierto y voy leyendo sus labios o los suaves pulsos de las yemas de sus dedos sobre el teclado.

Nada especial que me haga removerlo de donde está, no necesito sonsacarle nada que no sepa. Su paseo de ayer, por ejemplo: más largo y atrevido; fue a comprar calzones y piyama y aprovechó para bajar al súper y traer berros y espinacas que le hacen falta siempre para el licuado que le ayuda a recuperar leucocitos con que la sangre resista el golpe de los medicamentos que ya le tocan lunes, martes y miércoles próximos. El pretexto fue que lo llamaron por teléfono para avisarle que ya estaban listos sus nuevos anteojos; le quedaron bien por lo que se puede decir hasta anoche, ve mejor y no le molestan por ningún lado. Agrego en su nombre –para eso estoy, soy como el vocero de los partidos políticos que tiene consigo todo el muestrario de acciones y de recursos ideológicos para construir la imagen que se requiera en cada momento-, que excepto la tos, que se le ha vuelto como una compañera de batalla a la que no puede dejar a su suerte, vieja, irredenta, miserable y ya bastante previsible en sus poco imaginativos hábitos, se encuentra bastante bien, al menos con el bienestar mínimo para entrar a la cuarta sesión de quimio de esta tanda.

Soy yo el que está un poco desconcertado porque he padecido ciertas tentaciones que no sé si debo exponerlas. Sí; de algún modo son parte de la razón de mi existencia y en todo caso su apego a la verdad las justifica: tengo la inquietud de contar cosas que a él no sé si le gustaría que se supieran, cosas nuevas o viejas de su vida, que a veces le parece ya larga –creo intuir en ocasiones que la percibe como satisfactoria, sobre todo con ciertos hechos públicos que de pronto le reconocen los demás, y parecen importarle demasiado, para mi gusto-; otras la ve como una carrera cortísima en la que no le advirtieron que podía detenerse cuantas veces quisiera y disfrutar el camino como si ya hubiera llegado, e incluso aprovecharlo para ejercer ese privilegio que se reparte a todos desde el nacimiento: la capacidad de reinventarse uno a sí mismo; como por ejemplo, que pueda dormir del lado derecho y desechar, como si nada, la mitad de las posturas posibles. Mírenlo, ahí sigue, dormido como un angelote descascarado.

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