Biblioteca hablada

Desde que se despertó lleva pensando en lo fácil que sería; y más contando con la infraestructura y los recursos con que cuenta el Conaculta, en México, aunque también se podría hacer en España o en cualquier parte. Un programa de fomento de lectura que penetrara de verdad en todas las capas del país. Voces de autores, de actores y de lectores por gusto seleccionadas por un grupo plural con buen criterio y conocimientos pedagógicos; cabinas de grabación disponibles en las muchas instalaciones del IMR y de otras instancias de las que se puede echar mano; los escritores de los distintos programas del CNCA asesorando la más amplia selección posible de textos de la literatura nacional y universal, y mucha manga ancha y rigor para evitar que se convierta en plataforma de grupos o de intereses editoriales parciales. En una nadita se tendrían en todo el territorio nacional talleres de lectura trabajando con lectores profesionales para pulir a la soldadesca lectora, hombres y mujeres, chicos y grandes, pobres y ricos, cultos e incultos, lo que es el país, pues. Le brillan los ojitos pensando en lo útil que sería. Al menos una de las estaciones del IMER en cadena nacional dedicada a la lectura en voz alta: Biblioteca hablada. 24 horas con todos los géneros y todas las posibilidades de la literatura de ficción. No como plan educativo sino como modo de ser, como la música.

El programa tendría que incluir el préstamo gratuito de material y asesoramiento para todas las pequeñas estaciones de provincia que lo solicitaran (o todo el que lo pidiera o se lo quiera piratear de internet), incluso ofreciéndoles algunas ventajas que habría que considerar con tal de que además de la música que interminablemente programan, de lo que algunas obtienen no pocos de sus recursos, emitieran programas de lectura. Claro está que hay que hacer y afinar, hay que crear un estudio estadístico que vaya guiando los derroteros del programa, que ofrezca resultados que ayuden a mejorarlo constantemente; pero empezar, yo lo empezaría ya. Los elementos todos existen, nada más hay que conjuntarlos, motivarlos, confiar en ellos y organizar el trabajo. También en los barrios de pobres hay lectores apasionados y que lo saben hacer como el que mejor. Por supuesto que se pondrían tarifas para pagar a los lectores su trabajo legítimo y se irían conformando los grupos de asesores que hiciera falta.

Como un servicio cultural estaría exento de las preocupaciones de rentabilidad directa y recuperación de lo invertido, pero por más caro que fuera siempre sería barato y de efectos inmediatos y comprobables. Y tendría que estar en acuerdo constante con otras instancias: los legisladores, para que pudieran evaluar resultados y apoyar y engrandecer la iniciativa si resulta positiva, asignarle los recursos necesarios y legislar en su caso lo que hiciera falta; los servicios culturales de Relaciones Exteriores, para buscar experiencias similares en el mundo y aprender de ellas o para ofrecerlo como gesto de cooperación internacional; la Educación Pública, para que se valiera de él como auxiliar de sus propios programas y ayudara a su divulgación y puesta en valor. Y aquí, quietos en el hospital, mientras le ponen la segunda dosis, me cuenta cómo lo haría, cómo con todas las experiencias que ha tenido en fomento de lectura en su vida, ahora que está madurito le saldría tan fácil, tan fácil…

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