Hoy se desgobernó esta página como no le había ocurrido nunca, ni siquiera cuando estuvimos en Sanlúcar y tuve que escribir en un cyber café, y es que los estragos de la cortisona me hicieron pasar una tercera noche sin dormir, y aunque pude haberme puesto a escribir confieso que no tenía ánimo ni encontré musas que estuvieran dispuestas a ayudarme; leí mejor la Sonata de Primavera, de Valle Inclán. Tosí, y las dos veces que apagué la luz para intentar dormirme volví a toser y a toser. Amaneció. Nublado. Frío. Pero más nublado yo que lo que quería era descansar y no tener que apurarme a salir antes de las siete y media para ponerme muy quietecito en el área de onco-hematología a que me sacaran sangre. Regresé a desayunar y tampoco tuve ánimo para escribir la crónica. Intenté dormirme. De nueve y media a once porque a las once y media tenía consulta. Ese poquito lo dormí pésimo pero cumplí con el deber de estar a tiempo. Y ya estoy de regreso. Por primera vez en más de dos años el siguiente tratamiento es de pastillas y no de líquidos metidos por las venas.
Ya estoy, pues, en casa y tratando de cumplir con el sagrado deber de anotar en la bitácora los hechos sobresalientes de la navegación: insomnio de toda la noche (completita), mal humor (lógico), vomité parte del desayuno (perdón) por culpa de la tos, dormí una hora y media matutina casi sin provecho, tomé doble analgésico porque con la desvelada se exacerbaron los dolores de la cadera y de las piernas, y fui al doctor.
Me quedo un poco desconcertado. No sé qué va a pasar en la tarde; si me duermo otra vez no podré dormir en la noche pero si me da sueño no sé si lo resista. Qué desmadre. Procuraré en la próxima entrega no atosigaros con mis males y dolencias y buscaré las vetas doradas de las que pueda sacar algún brillo para ofrecerlo a quienes abren la página a ver qué deslumbrancia aporta la página de oro del poeta.
