Tregua

Es domingo y como corresponde amanece con mucho sol, el cielo despejado y la tierra redonda. Hace frío pero no da miedo. Si uno quiere ir al parque, se abriga sin exageraciones y al rato estará rodeado de niños que corren intentando quitarles la luz del pico a las palomas. En tal caso habrá que ponderar si la bufanda que llevemos puede servir de reata para saltar. Pero no, no voy a ir al parque; tengo medidas las fuerzas y estoy pensando en cocinar. Tengo antojo. Unos chiles poblanos están pidiendo clemencia, han aguantado dos semanas y están exhaustos. Ya están arrugaditos de las puntas, pero secos y arropados en papel han resistido el paso de los días en el hospital geriátrico del refrigerador. Están en su límite y eso hay que aceptarlo. Ahora o nunca.

Ayer Milagros compró en el mercado los insumos necesarios, todo es cosa de que me aplique y compartiremos con Oscar y Ana unos chiles rellenos. Junto con los poblanitos traje de México un desguanzo y unos malestares que no me dejaban hacer casi nada, pero ya pasó. Vuelvo al día, sobre todo porque es domingo. Me dolía el esqueleto entero como si fuera yo un dibujo mal hecho, las piernas estaban medio rotas a la altura de las rodillas y el dolor me subía por las caderas. La cama me llamaba a consultas todo el tiempo. Pero ya pasó. Hasta la tos que por dos meses me ha traído haciendo abdominales parece que está dejando atrás su histeria. Tengo un tratamiento medicinal nuevo y sus efectos comienzan a notarse. Tengo ganas de hacer cosas, me muevo con soltura otra vez.

La semana se queda señalada sin remedio; tiene su marca indeleble y estará presente durante mucho tiempo; ese mucho con que se puede llenar el plazo de cada uno, sea el que sea. Pero como es domingo y salió tan rotundo el sol, ya los vecinos abrieron las ventanas y se oyen voces de niños; saltan los nombres de unos y otros llamándose por los cubos de luz; hacen que la vida se refresque y se bote el tapón de la tristeza.

¡Caramba!, hay que poner los chiles en la lumbre para pelarlos, hay que hacer el picadillo pícaro con pasitas y almendras, preparar cuidadosamente el tomate y la cebolla para el caldillo indispensable, hay que batir las claras y no pensar en animales que se arrastren para que espumen bien, hay que tener paciencia con el calor del aceite para que nada se arrebate. Y mientras, porque la mañana es larga, desayunar, bañarse, asomarse un rato a la ventana. Ver pasar a los demás, que también tienen su historia.

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