Accidentes de la civilización

Hace cuatro años, en un accidente de carretera en La Rioja, un automovilista atropelló a un joven en bicicleta, quien murió. Las cuestiones legales acabaron por acomodarse de tal suerte que el conductor quedó libre y los padres sin su hijo de 17 años. Pasan muchas de estas desgracias en el mundo. Los coches son unas máquinas peligrosas que causan demasiadas muertes, más de un millón al año en el mundo y ningún país ha legislado en su contra. Muchos estados basan parte de su estabilidad económica en la fabricación de más y más coches, hasta que cada quien en la tierra tenga uno, o dos. Ante mí mismo no exagero al decir que es una de las grandes calamidades que le han ocurrido al ser humano.

Pero lo que ahora me ha provocado un cierto asco, una vergüenza de lo que llamamos la civilización –me da dolor que una persona así y yo vivamos en el mismo país, hablemos la misma lengua y compartamos tantos y tantos beneficios de la vida en común- es que el conductor, supongo que cuando piensa que ya ha pasado de sobra el duelo y hay que hablar de cosas serias, ha establecido una demanda en contra de los padres de su víctima por los daños causados a su coche con el golpe. El señor quiere veinte mil euros y pretende que se los paguen los dueños del muchacho muerto, los papás. Su Audi 8 es un auto costoso –veo en Internet que cuesta alrededor de 70,000 €- y el arreglo más la depreciación han de representar lo que pretende. Ni siquiera parece que esté tratando de aprovecharse económicamente del percance, es algo más profundo.

Cuando uno es parte de un accidente, lo normal es que culpe al otro, digamos que esa es la condición humana, salvo honrosas excepciones, pero si uno lo puede ver desde fuera, hay siempre una conjunción de circunstancias, de ambas partes, que lo causan. A uno le sobra temeridad y a otro le falta prevención, siempre. Es un asunto que debería estar en la educación para la ciudadanía. Quizás el chico atravesó de manera  imprudente la carretera, pero el automovilista venía a 173 kmph cuando la máxima permitida era de 90, y la asociación Stop Accidentes, que asesora a los padres, sostiene que la prueba de alcoholemia se le hizo 93 minutos después de lo que se debió hacer. De estas cosas se tendrá que hablar al revisar el caso, por la vía penal, a petición de los padres.

Mañana se van a encontrar las partes en el juzgado. Unos tendrán que revivir el dolor, supongo, que les habrá causado la muerte de su hijo –no quiero exagerar la nota pero perder así y a esa edad a un hijo debe ser un trago muy difícil-, y el otro tendrá que tener la sangre fría necesaria para exigir públicamente ser resarcido por su afectación. Porque supongo que pensará que el que salió perdiendo es él debido a que un muchacho imprudente se le estampó en el coche en una carretera. A él, en su coche, y él ha tenido que asumir unos gastos que no tenía por qué haber hecho. Menos mal que gracias a su pericia para conducir no le pasó nada. Debe ser de estas personas que piensan que la vida es de los ganadores y que los que pierden son los que tienen que perder: los demás, los perdedores. Lo que en México llamamos un perfecto gandalla.

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