Acné

¡Si conoceré yo ese maldito mal! Nuestras bodas de oro hemos de andar cumpliendo. Me dice el doctor: esto te puede producir acné. Uh, doctor, ni se preocupe, ya nos conocemos la enfermedad y yo. Ponga que me empezó a los trece o catorce y voy saliendo de los sesenta y tres sin habernos separado nunca del todo, así que figúrese. Y no, la verdad es que ya aprendí a vivir con eso –infierno brutal hubiera sido no aceptarlo- aunque hay que reconocer que después de los primeros virulentos veinte años, nos fuimos acostumbrando a convivir. Más o menos se retiró de la cara que había sido el campo de batalla permanente en donde quedaban escritas las circunstancias, galas y pompas de todas las escaramuzas y, más condescendiente se bajó a la espalda. Por esos entonces hasta un tratamiento de rayos equis me dieron dizque para combatirlo; fue una moda que se pasó pronto, la de atacarlo así, pero a mí me alcanzaron a dar las radiaciones; para lo que decían no sirvió pero no sé si haya dejado alguna semillita que ahora es la que prospera en mis pulmones a cuenta de la mala fama del tabaco. No sé.

De los pormenores de mi personalidad luchando contra la mala apariencia del flagelo, qué puedo decir que recoja mi adolescencia sin socorro y mi juventud rubendariana. Ni modo que a estas alturas me ponga con remilgos y lamentaciones. No; nada que agregar. Callo mejor con elegancia porque al cabo logré una segunda juventud en la que tuve las fiestas que se me debían. Así que cuando el oncólogo me dijo Tarceva, esto no es quimio, es una pastilla diaria por vía oral y vamos a hacer la prueba, yo pensé: vaya, qué descanso. Festejemos, venas. Y cuando me advirtió lo del acné miré para otro lado guiñándole el ojo de complicidad a mi autobiografía. A lo mejor hasta ni cuenta nos damos, me dije; a lo mejor hay un rebrotecillo como cuando como mucho chocolate; a lo mejor me mira con esa aburrida confianza que nos tenemos y opta por dejarme en paz.

Pero pues no. Primero me llené de puntitos rojos como un sarpullido en todo lo que vendría siendo parte alta del pecho, cuello todo en redondo, nuca, orejas y cara; como ronchitas pero sin comezón; y luego cada una de ellas empezó a cultivar su parcela y a levantar su puntito blanco como promontorio feliz. Y en eso estoy. No digo que me duele, porque no es dolor sino molestia. Muy sensible y sentimental tengo la barbilla con treinta o cuarenta puntitos sensitivos que llegan a la orilla del labio, y así anda lo demás, como un panecillo salpicado de azúcar. Va subiendo por mejillas, nariz, frente y cuero cabelludo. No es excesivo, todos los granos son pequeños –porque me las supe ver con toda clase de artillería en sus tiempos- y tengo la esperanza de que esta erupción cumpla su ciclo y se retire. Qué tal que hasta hace la función de una vacuna y acabamos resolviendo cincuenta años de un plumazo. Se me pasa y ya, no me vuelve a salir ni unito en ningún lugar del cuerpo. Ah, vivir los próximos treinta o cuarenta con la piel lisita. No, Aura, no; no te ilusiones; el pasado no tiene escapatoria; aguántate; te lo advirtió el doctor.

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