Aberraciones del humor

De vez en cuando aparecen personajes que son profundamente desagradables, incomprensible su aceptación pública o su promoción, y que dan ganas de mejor no haberse enterado de que existen. Así hay uno que apareció hace unos meses en la televisión de España; un hombre flaco, esmirriado, tirando a bajo de estatura, con copete levantado y grandes patillas en una peluca rígida de plástico o de cartón, como las que usaban mis hermanas para jugar hace cincuenta años, cuando eran adolescentes, y sumamente antipático. Su gracia es que dice que ha inventado un ritmo musical con todo y coreografía y lo canta y lo baila imitando con dolorosa pobreza y falta de gracia hallazgos del espectáculo de hace veinticinco o treinta años y pretende popularizarlos como novedades en su nombre. Él se hace llamar Chikilicuatre y su baile chiki-chiki. Y la Televisión Española tuvo la ocurrencia de enviarlo como representante del país al festival Eurovisión, en Belgrado, a dar la cara por la parte de entretenimiento popular de la cultura actual; sorprende que esté involucrado también el Instituto Cervantes, que tan buen papel hace en la enseñanza del idioma y la promoción de la cultura por distintos lugares del planeta, y en este lamentable caso se haga eco de la promoción internacional de tan patético signo de pobreza.

Da la impresión de que los españoles tienen desafocado el sentido del humor, que no pueden identificar lo creativo que puede tener la risa, la belleza, paralela a la poesía, que hay en el sentido del humor, y buscan reírse con la banalización de los lugares comunes y con lo más soez e inmediato de la escatología, ignorando la chispa luminosa que puede saltar en el roce de palabras o acciones que no van juntas de por sí en la vida pero que al cruzarse descubren un punto en que pueden producirse de manera simultánea la belleza, la sorpresa y la risa. Me parece que los responsables de los medios como la Televisión Española o de las instituciones de cultura debieran hacer una seria reflexión acerca de este fenómeno, como lo debieran hacer en México Conaculta y las televisoras públicas, para no dejar que la pérdida de la brújula y de la razón de ser del humor permitan que ocupen los primeros lugares los productos más innobles del género, para lo que ya sobra con los consorcios privados que insisten en uniformar en el nivel más bajo posible a toda la población para convertirlos en consumidores a la mano de cuanta porquería les pague por hacer anuncios comerciales.

Reírse es una acción liberadora y socializante; la risa invita a compartir y a participar. Cada pueblo tiene sus propios mecanismos de humor y sus caminos secretos para encontrarse con esa acción libertaria. En los ministerios de cultura debiera haber una sección con suficiente jerarquía para dedicarse al estudio, la producción y la divulgación del humor, del mismo modo que se hacen grandes exposiciones en los museos y espectáculos musicales masivos y bien pagados. No hay derecho a pensar que la risa es una planta silvestre que se da sin ninguna atención ni cuidado y que tiene que brotar de debajo de los calzones.

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