Ensalada César

Las manos hicieron lo que les dio la gana nomás las dejé sueltas. Yo iba detrás buscando un huequito para poner lo que quería y todo el espacio lo llenaban con su inútil palabrería, como un caravana de iluminados dedos que llevaran la verdad por el camino y fuera atentatorio contra la religión o contra la moral pública o contra el decoro impedírselos. Pero apenas vi que empezaron con el tema del acné –que, por cierto, no tiene apariencia de resolverse a corto plazo, ¿eh?- me temí lo peor: aquí se les va a llenar la página. ¿En dónde demontres voy a meter la receta de la ensalada César?, pensé. Porque antier, adelantando vísperas, Milagros fotografió todo el proceso –se la había yo prometido al amigo que vino a comer con nosotros- y debió aparecer aquí ayer antes de que el huevo se reseque y craquele perdiendo su apariencia tersa y provocativa. Se hace, como todos sabemos, ante los comensales. O siempre que la he pedido ha venido el mesero con una mesita auxiliar hasta mi sitio y los he visto prepararla con más o menos maestría.

Es una ensalada de origen mexicano, fronteriza, registrada en Wikipedia, para los curiosos. En México la preparan en todos los buenos restaurantes; en España y el resto del mundo es conocida por sus versiones empacadas en supermercado con la consabida bolsita de aderezo industrial para agregarle, pero está muy lejos de parecerse al original. Hay muchas recetas en internet, algunas aberrantes y otras experimentales. Pero aquí la pongo y sé en lo más íntimo que alguien se arriesgará, lo intentará y gracias a eso el mundo seguirá su curso.

Lo primero es poner un diente de ajo en la ensaladera extendida y aplicarse a desbaratarlo con el tenedor –se puede tatemar antes para quitarle fuerza, pero entonces qué chiste-; enseguida los filetes de anchoa, que suelo poner uno por comensal pero a veces son muy pequeños y delicados o por el contrario grandes y de sabor muy fuerte, de modo que hay que ir tanteando; agrego unas gotas de limón y un poco de aceite de oliva –unas gotas y un poco sé muy bien que es impreciso, pero cómo medir esas fracciones fantasmales de realidad- y apachurro para que todo se haga pasta unitaria, luego unas gotas de jugo Maggi y otras de salsa inglesa Worcestershire, con cuidado porque no deben prevalecer sobre los demás sabores y ambas son tremendas; más aceite, tanto como vaya haciendo falta para que haya líquido que cubra las lechugas cuando las llamemos a trabajar. Sal y pimienta. Para cada dos que van a comer pongo un huevo pasado un minuto por agua –literalmente un minuto porque de otro modo es imposible deshacer los grumos blancos de la clara que quedan flotando como hilachas de ánimas en pena- así que le puse dos. Las hojas de lechuga orejona deben estar secas y enteras. Las paso por el aderezo para que se impregnen bien por todos lados y sirvo cuatro en cada plato, con dos o tres rebanadas de pan frito y dorado en aceite y espolvoreo con queso parmesano molido. Y no la toquéis más, que así es la César.

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