Paseante del camino

Pues recojo en el camino toda clase de muestras, como el biólogo que está llevando a  su laboratorio el testimonio de la buena fe de la naturaleza que ha fabricado en sus senos todo lo que pueda completar la vida, modificarla, potenciarla, -si lo que yo digo es que en alguna parte de la tierra ha de crecer la hierbita que la naturaleza tiene prevista para curar el cáncer de pulmón, es cosa de saber si está en el Tíbet o en el Amazonas o en Borneo y correr a buscarla-; o como el minero romántico que cree ir recogiendo pepitas de oro en todas las piedras que brillan a su paso –con estas mandaré construir una casa con techos muy altos, con estas me compraré un traje de terciopelo y unas botas altas de cuero de cochino e iré a pedir la mano de la mujer más bella de la comarca, con estas escogeré el mejor caballo del chalaneo y saldré a pasear en él con una pluma de faisán en el sombrero; o como el andador taciturno que se detiene a cada paso para observar con todo detenimiento las huellas que lo preceden y piensa en las lágrimas que se han derramado por este camino, en las ilusiones que se han roto –aquí precisamente, en este cruce de caminos, Bellaflor se quedó llorando la tristeza que la llevó a la tumba mientras Florián le daba espuelas a su caballo-, en las prisas que se han dado los desesperados por llegar a tiempo a lo irremediable.

Así va, por eso dice que asunto no se le acaba nunca, que el problema es el vigor para emprenderlo y el estado de gracia –aunque sea ínfimo- que se necesita para abordar un puño de palabras y decidir qué se hace con ellas, cuál va primero y cuál después y cómo las lleva al encuentro con los demás y logra con ellas entretenerlos, hacer que el celofán del tiempo se rasgue imperceptiblemente y se pueda ya no sólo ver  sino sentir, oler, probar a su través un mundo que se mueve de otro modo, en el que rigen otras medidas que no son el tiempo y el espacio y las cosas que ocurren son como las quisiéramos o tienen el componente que las vuelve terribles, mucho más terribles que los terremotos y las erupciones de los furiosos volcanes. Y lo normal es que vaya de buenas, contento y silbando aunque últimamente haya adquirido la fea costumbre de llenarlo todo de impetuosas toses que rompen la armonía silenciosa del paisaje y el delicado canto de los pájaros. Parece que también busca la hierba adecuada para curarla, de modo que si alguien sabe, lo agradecerá muchísimo.

Y este es el andante que a veces, de plano, se queda seco, mira en redondo y en circular y no ve nada de que asirse para cambiar de posición y volver al camino en el que abundan las cosas con sentido, los mensajes, las claves que entre todos los peregrinos van dejando para que otros las recojan y hagan con ese material su página cotidiana sin la aburrición constante de repetir las noticias del periódico.

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