Cuarenta de mayo

Felipe II, el hijo del Emperador Carlos V, estableció en la antigua Magerit, la capital política de España; Magerit, Matrit o Magrit, fortificación árabe que ya contaba con un respetable pasado de cuando los reyes visigodos y hasta con un lustre romano de muchos siglos. Don Felipe era un rey muy ordenado y muy ordenador y se pasó la vida creando archivos y burocracias para poder controlar un imperio en el que no se ponía el sol. Lo que no se le ocurrió hacer fue ir en persona a conocer el tamaño de sus reinos; jamás se le antojó coger un barco y atravesar el Atlántico a ver qué eran esos países remotos de las Indias Occidentales que tanto oro y plata mandaban, ni agarró rumbo para el otro lado y se fue a asomar a Filipinas, aquellas islas exóticas que bautizaron con su nombre; era poco curioso para esas cosas. Lo que sí hizo fue establecer la corte en el centro Geográfico de la península ibérica, con lo que se garantizó el control de todos sus territorios, incluido Portugal que todo el tiempo se anexaba y se separaba, según los acuerdos matrimoniales que lograban sus soberanos, aunque la verdad es que a los portugueses parece que nunca les gustó la idea de estar sometidos a la corona española, siempre prefirieron irse por su cuenta y contarse solos.

Pero a pesar de su capitalidad tan bien pensada, Felipe prefirió vivir en El Escorial, como quien vivía dentro de un gran ministerio, protegido por un ejército de secretarios y originales con copia para el archivo. Yo supongo que fue entonces cuando llegó a un acuerdo con el tiempo, no sé si por medio de palabra de honor o con actas firmadas, para que la primavera terminara formalmente el 10 de junio y empezara el verano sin titubeos; de entonces queda en el habla popular el dicho: hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo (ya la palabra no se usa porque ya no existe la prenda de vestir de tela gruesa, cruzada y sin botones, larga desde los hombros hasta debajo de las rodillas, que se usaba para protegerse del frío, y la verdad no sé si en América habrá arraigado, aunque me suena que no), pero el caso es que todo mayo es engañoso: de repente sube la temperatura y se despejan los cielos y la gente sale con poca ropa a pescar un catarro porque así como sube la temperatura tiene bajones invernales con helados vientos que salen no sabe uno de dónde. Hasta el cuarenta de mayo. O sea que a partir de la semana próxima tendremos verano indiscutible, quien venga ya no tiene que traer ropa de abrigo ni quien vive aquí la vuelve a usar. Se estila cambiar los guardarropas y guardar todo lo del invierno que no se volverá a usar hasta septiembre u octubre, o noviembre, si el año viene perezoso.

Junto con el calor comienza la desaceleración laboral hasta llegar a mediados de agosto a su casi paralización; las costumbres son sagradas y por supuesto, son anteriores a los climas acondicionados; pero es que de veras no se podía estar en oficinas ni en comercios, ni había poder que hiciera correr una brisa fresca por más puertas y ventanas abiertas que se dejaran –en verano nos enteramos de la vida privada de los vecinos que no emigran y ellos se enteran de la nuestra porque no se puede dormir con las ventanas cerradas. Pobres, a los que les falta se enterarán de que tengo la tos más perdurable y contumaz que han dado pulmones en el mundo. En eso no pensó Felipe II, fíjense.

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