A buscar alternativas

No puedo dejar de sentir una relativa orfandad. Estaba atado al cable de la vida que me daba el oncólogo; el ponía mi alfa y mi omega y yo me dejaba ir obediente por los caminos que él me proponía; los plazos entre una aplicación de quimio y la siguiente eran los espacios en los que podía regular mi vida; tantos días duran los efectos del medicamento, tantos tengo para recuperarme antes de que caiga el siguiente, de modo que puedo tomar vino con la comida, una copa de mezcal de vez en cuando, algunos excesos; tengo dos semanas para hacer músculo caminando por el barrio. Y así se regulaba una relación de dependencia que me hacía sentir protegido y en el buen camino. Ya desde la consulta anterior quedó apuntado que no habría más líneas de tratamiento de quimioterapia a las que acudir como no fuera repetir y recombinar algunas de las ya probadas, con el riesgo de que los efectos contrarios, que sabemos que son tan agresivos e inevitables, fueran más importantes que los posibles beneficios. Y son pocas las opciones porque algunos medicamentos son negados para repetirlos en mí porque me causaron reacciones alérgicas u otras formas de rechazo, por lo que no hay mucho de dónde escoger.

Ante un panorama tan poco promisorio más vale suspender la quimioterapia y aplicarse a la búsqueda de tratamientos alternativos. Y en eso estamos. Mi médico homeópata sigue quemándose las pestañas buscando el medicamento indicado que me aleje la tos y permita ver el panorama del pulmón con su adenocarcinoma adentro para ver por dónde deriva, en dónde lo podemos cercar, con qué llave podemos cerrarle el paso o cómo podemos llegar a un acuerdo de convivencia razonable con él.

Hoy la mañana se fue en ir a los análisis de sangre, venir a desayunar y regresar al consultorio a esperar mi turno con el doctor. Llevaba completo mi examen de conciencia que hago cada vez: qué dolores he tenido, qué molestias se han agravado y cuales han disminuido, qué constancia he mostrado para tomarme los medicamentos que me receta, y ahí sí tengo que confesar que soy bastante poco aplicado. Ahora, por ejemplo, me mandó tomar unas pastillitas de morfina que me ayudarían a evitar la tos y me devolverían la calidad de vida; las tomé nueve días y no noté ninguna mejoría, seguía tosiendo con la misma enjundia con que lo he relatado aquí de los peores momentos, de modo que desde antier dejé de tomarlas. No niego que tenía siempre presente el miedo de la dependencia; si estando uno en plena salud cuesta tanto desembarazarse de la necesidad de la droga, qué no será estando débil y disminuido como estoy. Aunque el doctor insiste en que la dosis era tan pequeña que era absolutamente controlable.

Pero bueno, aquí está la explicación de que sea tan tarde y yo esté apenas preparando la página correspondiente al día de hoy. Así hay veces, ya ustedes lo saben. Hoy tocó un reporte más o menos imparcial de mi estado de salud. Ya habrá sitio para otros entretenimientos.

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