Imagínate a aquel que vuelve de la calle y tiene
sesenta y cuatro años consigo metidos por doquier;
depende en qué generación pero podría decirse
que ya es viejo, aunque hace dos o tres, él mismo
se sentía tan joven como cualquiera; y vuelve
pensando en lo bueno que sería sintetizar
la vuelta a la manzana que acaba de hacer
apoyado en el brazo de su hija. Es imposible.
Cada paso es ahora un universo; y son mil años
Sujetos en leves movimientos de gran significado.
Necesito activar esfínteres y aflojarme la presión de
la cintura; no tener nada que oprima ni confunda;
pero no es tan fácil, lo que es tan fácil no es tan fácil:
hay que borrar cualquier preocupación y concentrarse,
la timidez de la tortuga jamás tuvo mayor recelo
como el que hoy compite con el trino de gas de un pajarillo.
Y esta selva incomprendida ha de encontrar su ecuador
En poco tiempo. El impulso se esfuma como magia
Y ya de nada sirven razón y pensamiento.
Entonces medita el viejecillo: qué chistoso, unas palabras
Salen de una manga y otras de otra, como si fueran
Las barajas marcadas de un tramposo que está enseñando
Truquitos que llevó a las fiestas a entretener a los niños
Con pases de ilusionista. Pero me canso pronto.
Si entendiera yo la mecánica del cáncer,
Su encanto metabólico, sus derroteros,
Y pudiera cruzarme en su camino a pararle madrugada
Antes de que me imponga sus disfraces y me envuelva
Con sus densos dolores de animal incontrolado.
Una arruga de pesar me incordia.
Vuelvo a mi regreso del paseo. La edad es lo de menos,
Lo jodido es el cáncer. La pérdida rosada de un color
Que incendiaba el horizonte y se va deslavando
A medida que el cosmos que lo contiene disminuye
Y todo se hace aguado y poca cosa. La noche se avecina,
La memoria se alborota. Las piernas casi no me aguantan.