Los días señalados

Ya es casi como si fuera una golosina, como si me tocara ir a una sesión de régimen alimenticio en donde me dan platillos que si no los disfruto de momento sé que tarde o temprano me ayudarán a tener un mejor cuerpo, una silueta más viril, como más viva, como antes, pues, y cada vez es también un hecho más administrativo, digamos, más burocrático: siéntese allí, Alejandro, ¿en cuál la ponemos?, y yo elijo en cuál brazo tengo menos pinchazos recientes. Dos horas escasas y listo, me voy con mi quimioterapia a otra parte. Primero a la calle en donde el mediodía de agosto está floreciente; de pronto se nubla y comienza una discreta lluvia de verano, de esas que rocían como si fueran a planchar, pero la gente en las terrazas de Diego de León sigue tomando sus cañas y comiendo sus aperitivos sin inmutarse; algunos comen ya la comida fuerte del día pero no se arredran ante las amables gotas que parece que piden permiso para refrescar un poco; si acaso, alguno cubre el pan con una servilleta. Escampa. La nube pasa. El verano sigue.

Luego de detenerme en algún quiosco a mirar encabezados de los periódicos (Rajoy dice que aunque pierda las elecciones no se irá a su casa y no dejará la dirección del PP; parece una declaración nerviosa porque faltan muchos meses), me encuentro con Milagros que viene caminando en sentido contrario pues vamos uno en busca del otro –prodigios del teléfono móvil- ella de un trámite bancario, yo, ya dije. Y ligeritos de pies y tomados de la mano caminamos todavía otras cuadras hasta la parada de un autobús que nos lleve a casa, estoy de humor para caminar y para regresar en transporte público. Pero la tarde en casa, sobre todo por disciplina, es reposada; así será toda la semana; quizás mañana me sienta decaído, cuando el medicamento esté en el cenit de sus efectos, pero tengo lecturas de sobra y entretenimientos de reposo en abundancia. Comienza el hipo que por lo pronto no es amenazante; viene y se va. Pero la lucha verdadera, la soterrada conciencia del trabajo que debo hacer está emergiendo: hay que vigilar celosamente la digestión y la lentitud intestinal que provoca el medicamento. Tengo que equilibrar fibras y comida no irritante y al mismo tiempo cuidar de que no sean alimentos astringentes. Una odisea, pues.

Y a propósito: después de tantas peripecias y tanto trabajo como nos ha costado, ya llegó por fin Odiseo a Ítaca pero tan astuto no se deja conocer ni siquiera por Eumelo, el porquerizo que le cuida las piaras con tanto amor y devoción, y Palas Atenea -¿qué se puede hacer sin la intervención de los dioses?, a ver díganme, qué, o sin el teléfono celular-, ha ido a advertirle a Telémaco que los pinches pretendientes le tienen puesta una celada para matarlo a su regreso del continente, a donde fue a buscar noticias de su padre porque ya la situación en su casa es insostenible, llevan tres años banqueteando a costa de la riqueza de Odiseo y ya le están urgiendo a Penélope, con maneras que han dejado atrás la galantería, para que se case con alguno de ellos, y que pare de engañarlos con la telita que teje de día y desteje por las noches. Ya ustedes saben lo que va a pasar; y yo también, pero cuánto disfruto volviéndolo a leer quietecito en mi cama.


Escúchalo:
[audio:http://www.alejandroaura.net/voztextos/20070828auradiasseñalados.mp3]

Entradas creadas 980

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entradas relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba