Ir a Burgos

Y como aquí no hay más que chorizos y turistas y Cecilia, mi hija, está nomás hasta el fin de semana, y Fernando quiere conocer algo que no conozca y yo no tengo médico que ver ni pinchazo que recibir porque apenas ayer en la mañana me hicieron la prueba del sintrom, y todo es el páramo social de agosto en que nada puede hacerse, ahorita, nomás acabemos de desayunar, cogemos el coche de Oscar, mi entrañable socio y nos vamos rumbo a Burgos, la patria de los papás de Milagros y del que en buen hora ciñó espada, Ruy Díaz, el Cid Campeador, que dicen que todavía cabalga por esas llanuras por las que bien triste se anda yendo al destierro; vamos a ver si podemos interceder por él con el rey don Alfonso, si es que nos recibe, o hacer algo para arreglar su situación y cuando no se pueda por lo menos le ofreceré mi hombro para que se consuele de aquello de los ojos de Mío Cid mucho llanto van llorando, porque lo mejor que uno pude hacer es ofrecerle a un amigo su hombro para que llore cuando deveras lo necesita. Y no es que presuma de que somos amigos pero, de mi parte, por lo menos -espero también que de la suya- le tengo el mayor aprecio y creo que todo lo que dicen de ser ambicioso y violento es pura envidia que le tienen. También de mí han dicho cosas horribles, espero que él no las haya creído en su momento.

Pero ahora sí voy pertrechado con el chunche que conecta vía telefónica, andes donde andes, el ordenador para lanzar al universo esta heroica página que no ha interrumpido su continuidad un solo día desde el 20 de febrero, a pesar de que no sé qué malhadados Infantes de Carrión, emulando la afrenta de Corpes, se metieron con la página que teníamos antes y ahí la tienen ofendida, golpeada y deshonrada, esperando a que la rescatemos y venguemos la ofensa. Yo, la verdad, digo esto nomás por seguirle la corriente al de Vivar, porque a mí venganzas y pleitos no se me dan bien, yo con que la rescatemos me conformo. Por lo que conviene que sepan quienes siguen esta crónica, que el próximo día veinte vamos a cumplir seis meses de estar al aire ininterrumpidamente. O sea, lo que viene siendo el próximo lunes. Día en que el oncólogo habrá de dirimir la duda que tengo de si me pondrá o no me pondrá otro arponazo de quimio. Yo, lo que él diga. ¿Qué sí?, órale, aquí están mis ávidas venas que se chupan ese refresco con harta sed. ¿Qué no?, pues ahí nos vemos cuando nos veamos.

Y seis meses ya comprenden unas ciento ochenta páginas que en realidad son como de página y media cada una y no estaría mal que fuéramos pensando en hacerlas de papel porque al fin y al cabo he hecho todo lo posible porque estén limpitas, aseadas, bien escritas, y aunque no sean hijas del entendimiento, porque esa es lámpara que nunca me ha alumbrado, y no estén coronadas por los laureles del talento, que no depende de uno sino de incomprensibles juegos moleculares, al menos van con el decoro del traje bien cosido, los puños limpios y la camisa planchada. Claro que lo mejor sería pensar en que aparecieran para celebrar el primer aniversario, en febrero próximo, cuando ya anden en las trescientas y tantas, para que haga cuerpo, pero si no le va uno adelantando con tiempo, se viene el calendario encima y te encuentra durmiendo. Váyanle pensando, editores, y yo encantado de recibir ofertas.

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