Vetustas paredes

Ya la casa tenía de por sí gancho pero lo que la hacía más deseable era su ubicación con respecto al trabajo, que me quedaba a cuadra y media, y de este lado, que está lleno de comercios, de servicios, de vida urbana; porque curiosamente del lado de atrás del Congreso no hay ni una triste tiendita, ni, claro, tintorería ni bodega de vinos, ni expendio de pan, ni fruterías ni florerías ni tiendas de chucherías, ni nada: edificios sobrios con oficinas y viviendas; algunos restaurantes caros en los que suelen comer los diputados, y otros en los que comen sus choferes y otros empleados. Claro que la finca está reformada, hace unos veintitantos años, pero es de 1884; o sea que, historia, tiene.

Un día compré en el Rastro un azulejo antiguo que me gustó y pensé que quedaría bien empotrado en alguna pared de mi casa; le pedí a mi amigo Marcelo Galván, que entonces vivía en Madrid haciendo teatro y es un manitas, o sea, tiene esa rara habilidad de atreverse a todo que tienen algunos, que calara el estuco de la pared para ponerlo. Vino y aplicose a la tarea; pas, pas, tiró el yeso, y resultó una cala atractiva, por lo menos tanto como el azulejo; mira qué raro construían estos muros, con una pieza asimétrica y de distinto material; déjamela, Marcelo, se ve bonita. Entonces busqué otro espacio para el mosaico. ¡Ahí!, le dije cuando tuve la revelación; en ese lugar va a quedar que ni pintado. Cincel, martillo y manitas en un santiamén tuvieron una visión de otra manera de construir, de una realidad distinta: abajo del recubrimiento apareció el material del muro original de hace un siglo y medio: unos sillares de tabique arenoso y madero atravesado reforzado con cuerdas muy delgadas de pita, lo que llamamos mecate, pues, y hecho con tal gracia que pensé enseguida que más que cubrirlo con un azulejo lo que había que hacer era firmarlo y ponerle iluminación de galería. ¿Rohtko? ¿Tapies?

Tengo varios azulejos en casa y no ha habido ya mayores excavaciones sin provecho, pero es que hay que aprender: hay muros que los pueden recibir sin ofender su pasado; uno tiene que saber cuáles son.

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