Las manzanas de oro

Entre las cosas imposibles que le encarga su hermano, con la esperanza de que no sobreviva a los peligros de llevarlas a cabo y no tenga que entregarle el trono, y que se conocen como los Trabajos de Hércules, lo manda a traer unas manzanas del Jardín de las Hespérides, que tienen la característica de ser de oro. Ese jardín queda justamente en donde está Atlante sosteniendo el cielo sobre sus hombros; la estructura del cosmos, nada menos; en donde termina el mar Mediterráneo y empieza el Atlántico (o sea, más o menos en Cádiz, por los rumbos de la antigua Tartéside). Hay un dragón de cien cabezas vigilando la huerta para que nadie entre a robarse las manzanas, pues, como se comprenderá, son muy codiciadas; el único que puede entrar allí sin que lo ataque el dragón es Atlante. Cómo le haré, cómo le haré, piensa Hércules.

Se acerca al titán y le ofrece, mira tú qué buena onda, sostener su dura carga mientras él descansa un rato y ya si de paso entra a buscar las frutas pues se lo agradecería mucho. Pero Atlante, una vez que viene con ellas de regreso se siente tan bien, tan ligero, tan a gusto sin el castigo que le impusieron que decide dejar al gigante con la carga e irse él a llevar las manzanas. Hércules le dice que sí, que no tiene inconveniente, que hay que llevarlas a tal y tal parte, pero que antes de irse le detenga nomás tantito el cielo porque se le están enterrando en la espalda unas constelaciones, nomás para acomodarse. Una vez que Atlante ha retomado su carga Hércules coge las manzanas, le da las gracias, y hasta la próxima.

Anoche, Milagros se estuvo hasta las tantas poniendo aquí las fotos de los azulejos de adorno de la casa. Yo me dormí y no tengo idea de a qué horas habrá concluido pero la verdad es que quedaron muy bien; el pájaro y la dama me encantan y lucen una barbaridad; están, una en el estudio y otro, en un pasillo; las calas en las paredes, como cuadros abstractos, dependen en mucho de la pantalla desde la que se vean. Es que alguien las pidió y la verdad, era obligado ponerlas, nomás que está de la patada ser ciber esposa; yo no estoy muy apto para labores domésticas, de modo que ella se hace cargo de todas y aparte… , bueno, qué tengo que estar contando intimidades. El caso es que ahí van quedando como parte del rompecabezas que, junto con las palabras, conforma el mundo en que vivimos.

¿Y lo de Hércules?, os preguntaréis. Se han de acordar de Scherezada, que condenada por Harún al-Raschid al-Kancer a una muerte inevitable, alarga su vida en plazos tan cortos como día a día, y cuando menos se da cuenta mil y una noches ha llenado con sus palabras que evitan la ejecución de la sentencia. Pues saquen la hebra del ovillo mientras yo me dispongo para desayunar la fruta deleitosa que ya está Milagros preparándome.

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