Marcelo y los chapulines

Iba a comenzar a leer mis poemas en la presentación de antier en el Instituto Cervantes, y un cuerpo se levanta, se acerca por un lateral, cubierta la identidad con una cámara fotográfica, hace clic y se desemboza con una sonrisota: Marcelo Galván. ¡Hombre, Marcelo!, dije con la alegría que me dio verlo, porque la vez anterior, que también me sorprendió, en noviembre del año pasado, estaba en la inauguración de la biblioteca con mi nombre en el Faro de Oriente, en México, y ahora estaba solidariamente aquí. Tú eres de los amigos a los que uno les dice nos vemos tal día a tal hora en tal ciudad de tal país de tal continente y se sabe que estará allí, listo el ferreruelo para el embozo, con una daga afilada por lo que pudiera ofrecerse y con ánimo dispuesto a todo. Con gente así se llega al fin del mundo.

Muchos amigos estuvieron presentes. No los nombro porque necesariamente omitiría algunos; la memoria es una traidora implacable, una tía intrigante, vieja, chismosa y cotilla, y entre tantos se me quedaría alguien en los pliegues del olvido o la distracción, pero en esa sala del Instituto Cervantes había muchas personas que fueron convocadas por este medio y sintieron el deseo generoso de asistir. Yo nomás miraba desde mi sitio frente a los demás y se me alegraban los ojos identificando a los míos. Aquel, ese, esa, esos dos, allí están ellos, mírala, mírala, sí vino. Dejo aquí constancia de mi alegría y de mi agradecimiento a los que estuvieron; también recibí muchas presencias en espíritu vía internet porque hay algunas personas que creen que Madrid queda muy lejos y no se animaron a venir; que le pregunten a Marcelo Galván, cuyo blog está marcado a la derecha de esta página en la barra de enlaces a los cuates.

Y con esto cierro el capítulo de Se está tan bien aquí; las personas en España interesadas en adquirir el libro pueden dirigirse a la librería Hiperión, porque ahí me dijo Ernesto Lumbreras, el editor responsable, que había dejado ejemplares para su venta. Por cierto, me trajo Ernesto desde Oaxaca una bolsa bien abastecida de chapulines pequeñitos para comerlos de botana con el mezcal; y eso, traducido a términos de comprensión fuera de México, es: una bolsa de saltamontes muy pequeños, tostados, para comerlos acompañando una bebida fuertemente alcohólica y exquisita que se produce en varias partes del país pero que donde ha conseguido más fama es precisamente en Oaxaca. Sí, grillos, saltamontes, bichitos que nos comemos con gran gusto y estamos dispuestos a compartir porque son deliciosos y altamente nutritivos. Se comen también en tacos con salsa y anoche se me ocurrió, aunque no la hice, pero la haré, una omelette (tortilla francesa) de chapulines.

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