Remota Altea

¿Quién puede imaginarse lo que será el futuro? Nos ocupamos con insistencia en lo que llamamos, con el corazón un poquito ahuecado como ala de gallina, del futuro de nuestros hijos, pero realmente, ¿cómo acercarse a una remota intuición de lo que puede ser el mundo en el que vivan? No hay oráculo ya en Delfos que pueda acercarnos a la incógnita imprevisible del futuro. Con esta inquietud me desperté. Hoy toca temprano porque hay que empacar unas cuantas mudas y coger camino; vamos hacia Alicante, a Altea, una de las puntas que sobresalen en el Mediterráneo y llaman a los navegantes fenicios, griegos, cartagineses, ofreciéndoles, dicen, paraísos. Lo más allá que yo he ido es Alcoy, pero no está en la costa; fui al poco tiempo de vivir en España por la curiosidad de ver dónde nacieron mis abuelos y los suyos, pero esta vez una amiga de Milagros nos presta una habitación a la orilla del mar, y como es julio y amenaza el termómetro con subir a cuarenta grados este fin de semana, se apetece la brisa del mar.

Mi bisabuelo Antonio empacó dos hijas y un hijo jóvenes -es decir, pensaba en el futuro de sus hijos- a fines del remotísimo Siglo XIX, y se fue para México a buscarse la vida, como tantos miles y miles de peninsulares durante algunos siglos; México era pobre, y España más. Mi abuelo Antonio se casó con mi abuela, tuvo sus hijos, su vida, y se murió veinte o veinticinco años antes de que yo naciera, de modo que ni el más remoto recuerdo quedó de lo que habrán sido aquellas buenas personas, ni un recuerdo personal. Ni su sombrero. Por no tener no tengo ni siquiera una frase que le gustara decir, una palabra que fuera suya y me fuera dicha con una pizca de devoción trémula, mucho menos de mi bisabuelo Antonio ni de mi tatarabuelo Antonio -tejedores, dice el acta de nacimiento de mi abuelo-, supongo que porque en Alcoy florecía la industria textil y en mi padre el silencio.

Pero no se trata de contarles el novelón de mis antepasados ni la impenetrable calígine del futuro, sino de que vamos hacia Alicante y de que el futuro es por completo imprevisible. Hay que apurarse porque es viernes y en cuanto la gente termine de trabajar llenará las carreteras; esa sobre todo, la de Valencia. Ayer Milagros dedicó muchas horas extra a ponerle a mi iBook un aditamento que me permitirá mantener el contacto con el mundo por vía telefónica a través de satélite, así que supongo que esta bitácora no se verá interrumpida. Altea, Calpe, Gorgos, Jávea, ¿no suenan completamente griegos estos nombres? Son poblaciones cercanas a donde vamos. Claro: el tiempo no es lineal, como la vida: termina y vuelve a comenzar. En fin, hay que apurarse porque el sol corre demasiado rápido en su carro de fuego. Si no funciona el modem no se preocupen, habrá un café internet, como cuando fuimos a Sanlúcar de Barrameda.

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