Educación para la convivencia

Conforme uno crece se aleja de ciertas verdades que caían por su propio peso porque la sociedad está viva y se transforma, hay cosas que cambian y uno ya no se da cuenta, pero según yo, los mexicanos educamos a nuestros hijos con algunos principios que son constantes y que como son modo de ser pasan de padres a hijos. Uno de estos es el de que los demás no tienen por qué padecer nuestros malhumores o nuestros conflictos internos, que son cosas privadas, cosas muy de nosotros, que nuestras quejas y rabietas las hacemos en privado, en la medida de lo posible, y tratamos de ponerle buena cara a la vida que vivimos ante los demás. Mayoritariamente contestamos del mejor modo posible al saludo o a la petición de un servicio porque así nos enseñan los padres desde niños y así vemos que es entre los demás.

Choferes de taxi, dependientes de comercio o empleados de oficina en España suelen ser mucho menos amables con el público de lo que se acostumbra en México o en otros países de América Latina, y esto nos desconcierta porque pensamos -esa es parte de nuestra susceptibilidad social- que es algo personal contra nosotros, aunque en realidad responde a esa parcela de la educación en la que nosotros decimos que nuestros problemas son nuestros y los demás no tiene por qué padecerlos y acá esa separación de sentimientos no me parece que esté incluida en la educación, sobre todo en la que dan los padres; y esto en el peor de los casos, porque normalmente lo que pasa es que son distintos, pero tan amables y dispuestos al buen trato como cualquiera.

Cuando ejercemos la irritación contra terceros procuramos que haya un cierto equilibrio justiciero, es decir que no aplicamos normalmente, al menos en público, violencia contra personas impedidas, ancianas o notoriamente menores en peso y fuerza a nosotros, aunque está de por medio y es capítulo aparte la extrema violencia doméstica que se ejerce en privado contra mujeres y niños. Una de las campañas constantes de los medios de comunicación en España, es la denuncia de las mujeres asesinadas por sus esposos, ex parejas y novios. Se lleva una cuenta minuciosa de víctimas anuales de esta lacra en todos los medios. Y por desgracia suele haber niños que pagan sin deberla ni temerla. Con frecuencia el hombre despechado, aunque en ocasiones ya haya pasado por correctivos policíacos, que aplican la ley reciente que trata de evitar estos conflictos, y tenga orden de no acercarse a la ex pareja, la encuentra (siento decirlo, pero casi siempre con la anuencia de ella), la mata y atenta también contra los niños, supongo que por desesperación y culpa, que generalmente los orilla al suicidio, o al menos a intentarlo.

Con lo terrible que es este flagelo, no creo que estadísticamente sea mayor que en México en donde estos casos no son ventilados en público, pertenecen al orden de lo privado; se busca, supongo, resguardar de la vergüenza a los familiares sobrevivientes. O falta conciencia de la gravedad entre las autoridades, que comparten la idiosincrasia con los demás paisanos. Rafael Ruiz Harrel debe conocer al dedillo los pormenores y recuentos de este horror y es más que probable que lo haya analizado en sus columnas del Reforma, le voy a preguntar, aunque de su respuesta resulte que estoy seria y concienzudamente equivocado. En tal caso lo haré saber porque eso es parte de la educación para la ciudadanía, y nunca es tarde para empezar.

Y me perdonan pero corro pal hospital: me toca arpón.

Entradas creadas 980

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entradas relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba