Torito matutino

¡Qué curioso!, desde que abrió los ojos le vi toda la intención de enhebrar su aguja con el hilo de María Moco, que cose una camisa y le sobra un poco; como un torito bravo que ve lisa y abierta la llanura y verde el universo, tan verde que se siente que está ahí para comérselo sin reservas. Hay veces que despierta así y tal vez no he sabido interpretarlo y le he cortado sin querer las alas contando nada más lo que a mí me parece relevante del sueño o de sus pensamientos o de las vueltas que da sobre la almohada antes de incorporarse y arremeter contra el aire transparente como si fuera otra corriente de aire nada más y se anduviera fundiendo para gozar de la temperatura externa. Ha de ser lo que a veces le he oído susurrar: que no vive  sin que lo acoja el mundo, que el aislamiento no le sirve, que el peor de los horrores es la mazmorra. De esa manera justifica –o al menos lo intenta; conmigo, en conversaciones previas para ponernos de acuerdo sobre ciertos intereses que tiene acerca de mis servicios, me lo ha insinuado varias veces- que por eso abandonó las aulas y no pudo incorporarse a la disciplina del estudio, que el salón de clases –la pertenencia a la clase, sobre todo, a la tendencia- le pareció siempre una camisa de fuerza, un instrumento de tortura.

¿Te imaginas la de sabidurías que iba recogiendo –me dice-, procesando, almacenando, con esos paseos que empezaban a las ocho de la mañana –sustituían mi doméstica estadía en la escuela- y terminaban a las dos de la tarde que regresaba yo con una mentira a cuestas –la de haber ido a la escuela- y cientos de verdades nuevas que atesoraba en palabras que harían poemas en cuanto se pudieran ir acomodando al cuerpo flaco y silvestre que las cargaba? O hacían poemas o hacían visajes, porque la otra cosa era imitar al mundo, ser como cada uno, con la mirada de aquel, con ese modo de caminar levantando un poquito las puntas de los pies como quien tiene miedo de que el entusiasmo lo desborde y le impida contenerse de arrojarse a los brazos de todas las muchachas que van pasando tan hechas de suyo para provocar tales arranques.

Me has de decir que no sirvió de nada, que más me hubieran valido el rigor y la rienda, y no podré desmentirte, glotón, porque sé bien que quisieras meter la mano y sacar conocimientos y lo único que obtienes cuando hurgas demasiado son olvidos. Y sigue parloteando mientras se devora una gelatina de café. Tengo que seleccionar entre todo lo que ha estado hilvanando porque deveras que amaneció locuaz. Tenía entre sus muchos parches que pegarle a la tela el de haberme ignorado ayer como a un criado innecesario; me explicó que no fue su intención, que lo que quería era aclararse con algunos lectores acerca de mi presencia en estos andurriales; y me sonreía con gracia. En realidad yo no necesito explicación ninguna porque no existo, soy el que está leyendo, el que está construyendo la voz que aquí se asoma y hace con ella lo que quiere; ni misericordia ni vergüenza: bolitas de humo, si acaso, para arrojarlas con la punta de los cuernos a la parte oscura de sus nubes particulares.

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