El empaque perfecto

Le deberían dar un premio, dije de buenas a primeras. Sí, mira, es térmico, prácticamente inviolable, biodegradable, ligerísimo, abrefácil, bonito –aunque esto siempre puede estar a discusión, lo acepto; resiste sobre sí mismo un peso de varias toneladas pero no necesita ningún instrumento ajeno a la mano humana para abrirse; cede a una presión mínima del pulgar y el índice aplicada en el lugar preciso; envuelve el producto por el mismo costo –o más bien dicho, sin costo- durante su creación, su desarrollo, su almacenamiento y su comercialización; a pesar de su extrema ligereza protege su contenido de tal modo que jamás ocurre que lo encuentres roto. Y para colmo, reciclable: se ha comenzado a usar para fabricar combustible. Fernando me miraba con unos ojillos desconfiados, así como él mira con su milagrosa infancia conservada a lo largo de la vida, pensando que se trataría de alguna broma, que saldría con una ocurrencia, porque para charada ya era muy largo. Me entusiasmé con el juego porque él me siguió escuchando con atención complaciente. Yo le daría el premio mundial de empaque o haría que la FAO lo declarara Ejemplo Mundial de Diseño de Envoltura, añadí pícaro. Su enorme sonrisa me estimulaba.

Nos distrajimos sin poder evitarlo cuando en el sentido contrario de la escalera eléctrica del almacén donde acabábamos de hacer la compra nos cruzamos, porque así son los encuentros ineluctables que el destino tiene preparados a todos los mortales, con una muchacha tan bonita, tan de verano, tan fresca y luminosa que daban ganas de que le escurriera vinagreta por la boquita para chupársela. Nos miramos y supimos que ambos observábamos lo mismo, y todos los demás faunos y sátiros que íbamos en la escalera o andábamos por la tienda, de seguro también.

Pero seguí con el tema. Aunque el asunto no tiene nada que ver con sus características como lo que es -la legumbre mejor empacada en la historia de las envolturas-, es uno más de los muchos productos que México y los Andes han dado al mundo, y vaya que el mundo lo ha aprovechado. Alimenticio y sabroso, y en lo social, tan oportuno como discreto. ¿En qué bar que conozcas no te ponen un platito con un puñado? ¿En qué línea de aviación que hayas volado no te dan una bolsita con unos pocos tostados de una u otra manera? Fernando se divertía con mi apología tal vez pensando que, como de costumbre, podía yo estar jugando un poco con las palabras, haciendo hipérboles. Pero juro que no, si es que aquí cabe un juramento. Al contrario, sólo había descrito hasta el momento la cáscara y no había hecho más que presentar sus pequeños frutos -tan llenos de virtudes- sin haber dicho su nombre, del que ya hablé en “Se está tan bien aquí”, a propósito del Diccionario de la RAE, aunque los pueblos del Caribe lo llaman maní. Salimos de la tienda contentos, acalorados y con el impulso de abrir la bolsa de cacahuates acabada de comprar para que Fernando comprobara mi teoría del empaque perfecto.

Entradas creadas 980

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entradas relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba