Fin de temporada

Nos dicen que en Madrid está haciendo buen tiempo, que a pesar de estar noviembre adelantado, Cibeles y Neptuno han trabajado, tan generosos como oportunos, para el común de la gente de a pie que sale todavía con la ilusión de juntar unas pocas brazadas de calor para el inminente invierno; que quizás encontraremos todavía parte de esa fiesta. Tengo las piernas muy flojas pero llegando me pondré a caminar para fortalecerlas y guardar, a mi vez, un poco de músculo por si aparece otra vez la Primavera con sus vestidos de seda llamándome al cotarro, aunque sepa yo bien que la muy loca de quien está enamorada es del Invierno; sabe que lo suyo es imposible, que lo tiene que dejar por sus diferencias radicales, porque son incompatibles, pero no puede, vuelve a sus brazos cada rato; cuando él, harto de indecisiones, la arroja con mal modo, ella llora, se ríe, se embellece, se pone horrible y acaba atrayéndolo de nuevo con el argumento descomunal de su juventud y el portento radical de su belleza. Tal como hace conmigo. Así es cada año; hasta el cuarenta de mayo. Allí es donde el año se divide en dos bandos radicales que no encuentran conciliación. Yo me divido también con idéntico conflicto.

Y no es por nada, sino que aquí ya acabamos de estar. Esta vez no salió como quería. En lugar de verme vigoroso y entusiasta estuve sin salud, peleando cada día con los demonios para que me soltaran y me dejaran hacer lo que quería: ver a mis amigos, beber con ellos las copas de la sabrosa charla y dejar que la imaginación fluyera por esos cauces divinos de la alegría. Quería volver a un mercado grande, recorrer los andenes de la Central de Abastos o de la nave mayor de la Merced o del Mercado de Jamaica con el ojo atento para buscar las pequeñas maravillas que allí se esconden entre el tonelaje monumental que alimenta a esta ciudad, unos mangos fuera de temporada, unos aguacates criollos, unas papas del desierto, un puño de capulines gordos, unos plátanos dominicos, para comerme seis de un bocado. Quería ir a caminar por las calles batiéndolas con la vara de medir de la memoria. Quería cantar y bailar.

Pero todo, por lo visto, tiene su tiempo. Por lo pronto, el tiempo de este viaje se viste, hace sus maletas y se apresta para partir. La bufanda y el abrigo están listos. Se quedaron pendientes los pendientes; habrá que armar de valor a la vida procurándonos otra oportunidad. El otro día, al final del homenaje cálido de mis amigos, les dije que pensaba volver al año siguiente, que estuvieran abusados. Aquí anunciaron anoche otro frente frío, porque no están conformes los elementos con el trato que han recibido y están en franca rebeldía. Sería bueno, si se puede, emigrar hacia aires más benignos. Alguien pasa por la calle voceando algo que no alcanzo a entender, algunos códigos del lenguaje cifrado comienzan a deslavarse. Soy el mismo pero cada día soy otro. Es lo normal, la vida se mueve siempre por estaciones.

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