Una reflexión

Nunca debí haberme puesto en este brete, qué necesidad tenía yo; pero siempre es lo mismo, cuando algo se me ocurre, chico se me hace el mar para echarme un buche de agua; a la hora de emprender todo el tiempo creo que puedo con la subida al Citaltépetl, llevando además una carga de alcatraces para demostrar que con el frío se conservan mejor e imaginándome de antemano la fotografía que me van a tomar al lado de esas atrevidas y heroicas flores coronando las alturas volcánicas. Me pongo a pensar y digo: si el fotógrafo es hábil y el tiempo está despejado, capaz que en el horizonte de su foto se alcanzan a percibir las puntas nevadas de la Malinche y el Popo y el Ixtla. ¿Y alguien cree que me inhibe la desproporción de mi fantasía? ¡Qué va! Hago todos los preparativos y el despliegue como si lo que emprendo fuera realizable; me enfundo los calcetines y los zapatos apropiados, compongo con mi gesto la cara seria de los convencidos y me lanzo. Y claro, acabo dándome batacazos que, la verdad, a mi edad ya no los merezco; mejor fuera que sentara cabeza e hiciera cosas a la medida de mis debilidades y limitaciones.

Tan fácil que hubiera sido proponer desde el principio que escribiría en esta bitácora cada vez que algún acontecimiento me pareciera relevante o tuviera algo que dejar inmortalizado en la casa del verbo; pero no, tuve que salir con mi temperamento por delante, como si estuviera en condiciones de retar a nadie ni de poner ejemplos de nada: todos los días. Una página nueva cada día. Si al menos hubiera elegido un tema, o una línea editorial, un sistema de asuntos a tratar, un criterio orientado hacia alguna racional encomienda, como hablar de literatura, o de política, o de enfermedades, o de la vida del barrio. Sacara yo de mi chistera cada vez la paloma blanca de las mejores mentiras si hubiera optado por la creación permanente y todos tan contentos al verla volar azorada en la habitación del asombro. Pero no, así no más, a lo natural, dije que escribiría una página cada día en este cuaderno, sin especificar de qué, y me veo ya entrampado, al filo de las doscientas que llevo, en un callejón sin salida.

Empantanado es la palabra, enfangado en un muladar de desperdicios tan poco atractivos como han sido mis últimas páginas escritas. Jinicuiles o cuajinicuiles, que lo mismo da Chana que Juana, vienen a ser frutas incomprensibles que a nadie dicen nada si no las ha probado, y que los venezolanos se pongan un nombre u otro, qué más da; llámense Sadanjuséin o Leididí, vivan tranquilos con lo suyo, o como perros y gatos, legislando lo que se les cante, que para eso tienen su muy suya soberanía, y yo retome la seriedad de mis obligaciones y me vuelva a plantear si sigo escribiendo despropósitos cotidianos usando como pretexto los bocatas y los perritos calientes, las tortas y los pantumacas, o hago un alto y elijo de qué voy a escribir en lo sucesivo. Con seriedad de objetivos, con propósito didáctico, con miras trascendentes, y no nada más a lo que me salga. Pues qué es eso.


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[audio:http://www.alejandroaura.net/voztextos/20070906aurareflexion.mp3]

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