Siguen los viajes

No tuve la energía suficiente, la fuerza de voluntad necesaria para batear todas las bolas negativas fuera de mi campo y esperar la buena para hacer el tiro que quería hacer. Me dijeron no se puede y yo me lo creí con la inocencia con que siempre he navegado por la vida, hasta con incuria, diría, porque yo entonces debía haberme sobrepuesto y averiguar por mi parte; no, señor, sí se puede, sí hay barcos que lleven pasajeros y yo quiero irme en uno de esos, no me diga usted que no se puede. Aunque pensándolo bien, después del primer viaje a Europa no volví sino hasta cerca de treinta años después y ya con los viajes diseñados y resueltos por las instituciones que me invitaban, que a un congreso, que a un encuentro de escritores, que a una reunión de funcionarios de cultura. Hubo una oportunidad de oro y la desaproveché: cuando mi familia estuvo un año en Berlín y los fui a visitar cuatro veces pude haber buscado ese barco que me llevara en lugar de los vertiginosos servicios de Lufthansa, por eso ahora me doy de topes, cuando me dice una lectora que viajó con su familia en los setenta en un barco mixto a Europa y ahora que he leído el libro de los viajes en buques de carga y veo que siempre han estado ahí esperando a los atrevidos, a la gente de carácter y llevándola a todos esos destinos alucinantes.

Pero bueno, azotarse en la vía pública no es tan elegante ni tiene mucho sentido, dejémoslo de ese tamaño y procuremos ver si hay alguna solución. Tenemos que ir a San Diego próximamente y aunque hay que pasar de un mar al otro quizás sea la oportunidad para iniciarse; también a Milagros le hace ilusión el viaje. Podríamos llegar en barco a la costa del este y atravesar el país en avión, o buscar un barco que atraviese por el Canal de Panamá y nos deje en la puerta de donde vamos. ¿Por qué no? Ya nos dijeron que hay montones de posibilidades, nada más hay que aplicarse a estudiarlas y encontrar las fechas y las rutas convenientes. No me puedo subir en un avión e ir atosigando a todo el pasaje durante diez horas, por mucho que me ponga un pañuelo en la boca y quiera toser con discreción.

Ora que no está tan fácil, porque hay que hacer coincidir las fechas porque no es viaje de paseo, la intención es ir a Tijuana a un tratamiento médico porque hemos averiguado que en esa ciudad hay un motón de hospitales que ofrecen tratamientos alternativos para el cáncer utilizando recursos y medicamentos que las leyes estadounidenses no ha aprobado por distintos motivos, no necesariamente científicos, y allí en la frontera tienen propuestas que si no son la panacea al menos ofrecen otras oportunidades para quienes han agotado, como yo, los tratamientos con quimioterapia.

Así que, bueno, allí está; vamos a estudiarlo y si se puede esta será la oportunidad de oro que tantas veces dejé pasar. Ya me veo tosiéndole a la brisa marítima en la cubierta larga de un carguero que se reirá conmigo mientras cruzamos las olas del ancho mar.

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