Hay ciertos gestos típicos que por repetidos dejan de notarse; no son eternos, son de los días que corren mientras uno corre la pista de su vida. Claro que se modifican de acuerdo con muchos factores, sobre todo los de desarrollo tecnológico y mercantil, pero llegan y se instalan y uno se va habituando hasta que dejan de llamar la atención. El gesto de manejar un coche a principios del siglo pasado, por ejemplo, era notorio de manera contundente; las fotos nos muestran que había hasta un vestuario apropiado y un fenotipo de conductor con botas, gorro para que no volaran los pelos y anteojos semejantes a los de aviador. Conforme se reprodujeron dejaron de ser notorios por razón de su abundancia. Hoy, el de abrir un coche, meterse, echarlo a andar e iniciar el avance, es un gesto que no le interesa a nadie.
Cuando yo era niño seguíamos con un poco de miedo y mucha curiosidad a los que iban hablando solos por la calle porque estábamos seguros de que eran locos y lo demostraban con creces cuando despotricaban frente a un poste o una pared o una puerta cerrada mientras nos reíamos y preparábamos la carrera por si acaso pasaba de su realidad a la nuestra. Sabíamos bien que otros que podían hablar solos eran los borrachos pero esos ponían en el equilibrio de sus movimientos la firma de su estado temporal, que tenía poco atractivo. Bueno, pues esto viene a cuento porque se siente rarísimo no ver en la calle gente que va hablando sola, ya sea con seriedad y recato o con aspavientos, como hay tantos. No sé cuánto tiempo tarda uno en darse cuenta de que nadie en La Habana usa teléfono celular, o móvil, como se llama con mejor tino en España. Que ese gesto de ir con una mano a la altura de la oreja sosteniendo algo, hablando y con la vista puesta en un lugar que excluye a los demás por más cerca que estemos, ya asimilado en nuestros países, aquí no tiene representantes. No sé todavía si los extranjeros y los diplomáticos los usan pero yo no he visto ninguno.
Hace diez años en nuestros países tampoco se usaban. Empezaron siendo bastante grandes y los primeros usuarios solían hacer el gesto de “estoy hablando por teléfono”, que ha desaparecido por completo hasta el grado de que hay quienes llevan ambas manos desocupadas u ocupadas en otra cosa y sin embargo mediante un hilillo que les cuelga de un oído y en que va integrado el micrófono llevan su coloquio con la cabeza en alto sin sentir que se necesita ninguna justificación. Pero por estas calles habaneras nada de eso se ve; la gente habla con facilidad, pero unos con otros, en corto, con la picardía, la curiosidad o el interés que el interlocutor y la situación provoquen. Nadie habla solo. Ni que estuvieran locos.