De dónde salen los días, de qué fragua que nunca se detiene, y qué Vulcano inmortal está fabricándolos uno tras otro sin confundirse nunca; a todos les pone un preámbulo de luz que perciben los pájaros inquietando a las sombras con sus augurios de inminencia –no se sabe bien si ya gorgean o se están quejando de que no los dejan dormir- y algunos desbalagados de la noche que corren a refugiarse a sus cubiles –no les da miedo la oscuridad, no, sino que la luz los descubra con el aspecto de ayer-; les pone a todos un interrruptor de luz que activa la Aurora de rosados dedos, en cuyo reino se construyen constantemente los colores con que el sol, maestro de las apariciones, administra su poder sobre las cosas y todas, todas caen en su buchaca. Una distracción cualquiera de uno y zas, allí está el día de nuevo sin inmutarse de las cuentas que se hacen en el calendario que uno va llevando. Uno tan pequeñito ante la enormidad del día. Ya es sábado otra vez; si no fuera algo abstracto se diría que se ha concretado otra semana. Una semana en Morelia, y ya nos vamos. Ya estuvimos en el Encuentro de Poetas del Mundo Latino.
Ya nos bañamos y nos vestimos; nuestros ritos no cesan ni dejan de alabar la grandeza incomprensible que hay en la repetición del día. Milagros está muy hacendosa metiendo las cosas en las maletas mientras yo escudriño cuidadosamente en las palabras a ver si encuentro alguna pista del origen de los días; por pequeña que fuera podría servirme para aclarar algunas cosas que he dejado pendientes. En cuál de estas repeticiones me dolió la espalda y adquirió esa independencia en la que ocurren acciones soberanas que no me toman en cuenta; en qué vuelta de este tiovivo me dio la tos que viene con su repetición automática de cosa incontrolable; en qué punto del torno se detuvo el equilibrio y me subió la temperatura corporal; en qué paso de la ronda me dolieron las piernas con esa extraña condición que aparece de pronto y hace que bajar un escalón sea motivo de dolor y queja, como si la coincidencia de huesos en las rodillas fuera nueva y estuvieran apenas probándose antes de ajustarlos y darles el visto bueno para echarlos a caminar por su cuenta.
Así las cosas, con el día instalado de lleno en mi azoro renovado, me dispongo a pedir el coche para emprender el camino a la ciudad de México a la que llegaremos esta tarde. Sigue el viaje. Llevamos ya más de un mes fuera de casa y falta todavía para volver. Ya no sé decir en qué espacio ni en qué tiempo andamos. Se repiten los días. Se acaban y vuelven a empezar y en su tela delgada bordo la rosa de los acontecimientos de los que soy medianamente parte: un poco el olor, un poco el color, un poco la fugacidad irremediable…