Modernas dormedurías

Sabemos de sobra que la brecha se ahonda; el abismo entre los que pueden y los que no es cada vez más ancho. Lo ponen en evidencia las noticias cotidianas, las discusiones en reuniones de perros y gatos como la que se está llevando a cabo en Chile y acontecimientos como el de anoche. Yo anoche me acosté, como todos estos días, a correr el riesgo de que la tos me lo arrebate todo y en vez de ser ya yo me vaya convirtiendo en un guiñapo que es sacudido por dentro como una banderita enhiesta en la orilla de un mar atormentado, desgarrada, deshilachada y sin ninguna prez ni estima, ni estilo ni señorío. Con expresa modestia comencé a toser y todo en mi entorno a desarmarse como el jergón de una venta de paso ante el embate de un caballero andante extemporáneo. Veía alejarse la posibilidad del sueño cada vez que éste se acercaba a rondarme; el guante áspero y rasposo que me mueve por dentro sacudía los trapos y lo ahuyentaba.

Pero de pronto ocurrió algo difícil de explicar. Sin proponérmelo ni procurarlo fui usado por un nuevo servicio del que yo carecía por completo de noticia; hagan de cuenta que hubiera contratado a una dormeduría de primer mundo, unos servicios suecos de dormición perfecta, que se aplicaron en mí en el acto y comenzaron a funcionar en la plenitud de su eficacia. Un sistema activado por control remoto cambiaba todo de signo, de color, de forma; lo deseaba y mi cama era impecable, rígida y suave al mismo tiempo, mullida como el pecho de una madre gorda y aséptica; el tiempo era un fluido incoloro en el que estaba encapsulado para pasar de un lado al otro sin sentirlo. Todo tenía contornos definidos, claros, recién pintados, y todo dispuesto por una mano maestra del diseño para no salirse de un estado de comodidad en el que podía activar botoncillos que satisfacían en el acto necesidades y deseos. Lo mínimo apetecible, y más que eso, en los términos del contrato, digamos, estaba a la mano del usuario. El mejor sueño del mundo, el sueño que va de punta a punta con lujo y sin escollos.

Dos o tres veces tuve que salir del paraíso porque una descompostura estomacal me obligó a pasar al baño adjunto, y en esos tiempos extras me di cuenta de que estaba disfrutando de un servicio excepcional, algo que no solicité porque no conocía pero de lo que a partir de ahora podría volverme prosélito incondicional y adicto, y volví a sus brazos, por decirlo de algún modo. Fue hasta después, ya entrada la vigilia, cuando entendí que había trasmigrado algo del reino onírico al de la luz del día y que ni los suecos ni los finlandeses ni la más sofisticada empresa de primer mundo tiene tal oferta en el mercado. Y si la hubiera, si acaso el genio de la invención humana hubiera ya encontrado ese camino, no sería para gente como yo sino para aquellos que al día pueden poner en el tapete lo que nosotros no podremos en todos los años de nuestra vida. Me queda la satisfacción de ser quien lo soñó.

Entradas creadas 980

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entradas relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba