Dormir continuo

Dormí de un hilo, de punta a punta; cuando desperté ya se había acabado la noche y había terminado el delicado proceso de instalación de la luz; no tuve que trabajar esas arduas horas del amanecer en ayudar al carro del sol a remontar la parte más pesada, la de salir del horizonte y tomar la pista; ya las verdes hojas, las variadas flores y las infinitas fachadas tenían color y todas las acciones de la vida diaria estaban encaminadas; sin mi intervención, porque yo estaba dormido desde anoche. No digo que hayan sido un montonal de horas, porque tampoco, pero sí unas seis de corrido en que no supe si tosía ni si estaba acostado de un lado o del otro; no supe si los pájaros se levantaron a tiempo ni si pasó a su hora el barrendero ni si cumplieron los repartidores de periódicos con su tarea; ya cuando yo me desperté todo estaba hecho. El día iba con su marcha regular hacia donde van los días que uno no controla y en los que no se pueden reclamar derechos de autoría.

Lo que no deja de preocuparme un poco porque a saber las barbaridades que hayan dicho Rajoy, Acebes y Zaplana mientras yo estaba dormido, aprovechándose de la diferencia de horas que hay entre México y España, o los chanchullos que haya organizado la familia Fox para seguir su camino hacia la consagración; adivinar las trácalas que haya inventado Bush para ir por el petróleo de Irán o los enredos en que se haya metido Britney Spears; yo, dormidote. Pero, a ver, pongamos orden: apagué la luz después de haber visto una película a la que no le entendí nada, aceptando de antemano lo que han sido las noches últimamente: un pasillo oscuro y resonante que tengo que recorrer tose y tose, con una poca de fiebre y un malestar generalizado que incluye todo el esqueleto. Había estado tomando las medicinas que me mandó el médico y tenía la conciencia tranquila. No tuve hambre para cenar pero antes del fin de la película me comí unas cuatro o cinco galletas marías, y luego me acomodé, resignado, como el cordero que sabe que viene la hora de su sacrificio. Pero oh sorpresa: amanecí hasta hoy.

Y aquí estoy, en la cola para comprar el jueves aunque se me haya hecho tarde, dispuesto a hacer lo que pueda para mi mejoría; tengo que remontar el malestar lo más que sea posible para no viajar el lunes a España con el cuerpo desgraciado. ¡Ah, si sólo pudiera planear para esta tarde tomarme un mezcal! Otro gallo me cantara; pero qué esperanzas que me atreva, capaz que me descompongo todo y entonces la dicha de haber dormido de corridito, el gusto de haberme quedado conmigo mismo sin conflictos todas esas horas se iría a la olla. Dejémoslo así mejor, ya volverán los días dorados de la alegría

Entradas creadas 980

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entradas relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba