Está difícil eso de conmemorar el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución al mismo tiempo, porque cien años después de la segunda gesta que tuvo como precio una guerra civil con un millón de muertos, el país está todavía balbuciente, inconformado, sin un camino para todos, sin una idea compartida de lo que somos, por más que una mitad de la población piense que sí hay identidad y destino comunes e insista en ignorar a la otra mitad, que existe, que ahí está, que convive con su otra mitad en el espacio y en el tiempo pero no en la justicia ni en el derecho, y ni siquiera en la conciencia de la otra mitad. Y si ese es el resultado de la segunda conmemoración, qué será de la primera que surgió de la necesidad de emanciparse de un reino que a sí mismo no se podía sostener y cuyo establecimiento, al lograrse, fue una feria de rapiñas y ambiciones de dominio de un sector minoritario que se pasó el siglo enfrentándose por el poder a costa de las mayorías y las diferencias de la población hasta que su fracaso dio pie a lo segundo que se conmemora.
Me parece que un camino es la reflexión y la creación de instituciones que la consoliden. Sin hablar de las reformas constitucionales o incluso de la redacción de una nueva Constitución que enmiende los profundos errores de la que tenemos y de la que muchos han hablado con muy mejores prendas que las mías, me atrevo a sugerir que se haga un proyecto editorial de profundo calado: una colección abierta y accesible a todos los interesados con la historia de los movimientos evocados. Es cierto que hay muchos libros en que se cuentan y analizan los acontecimientos históricos pero no son de fácil acceso para el mexicano común y corriente que siente curiosidad por conocer la Historia más que de manera aislada, dificultosa y aleatoria; publicados por distintas editoriales y en distintas épocas, son sólo material para estudiosos que los buscan en los fondos especializados de las bibliotecas. Una colección accesible, permanente, sin restricciones a la libertad de explicar la historia de distintas maneras, que se reedite en forma permanente y con distribución abundante, cumplida y sensata.
Si un proyecto editorial grande se apoyara en otros medios de difusión para despertar el interés de los posibles lectores quizás a la vuelta de pocos años nos encontráramos con una generación más enterada que las nuestras de lo que ha sido la difícil construcción de nuestra identidad como país y pudieran aportar ideas para una mejor convivencia. Claro está que ésta mejor sería tarea de la educación pública y no de la espontánea curiosidad de los ciudadanos, pero visto el camino educativo que llevan los sucesivos gobiernos que vamos padeciendo, más vale que un acontecimiento fortuito, como la conmemoración de los Centenarios, nos abra una puerta transversal por donde se cuelen nuevas e inesperadas soluciones. Me atrevo a pensar que el Instituto Cervantes, de España, podría estar interesado en formar parte de un proyecto editorial semejante, no sólo con México, sino con toda América Latina, de lo que México podría beneficiarse luego de que el Siglo XX fue más que de integración latinoamericana, de dispersión y desconocimiento, ya no digamos de los que nos quedan lejos, en América del sur, sino hasta de los cercanos países centroamericanos. Pero, bueno, solitos también podemos.