Caída del piso 47

¿Cómo estará el hombre que se cayó del piso 47 de un edificio de Nueva York? Lo leí ayer en el periódico. ¿Se imaginan ustedes ese vuelo? Más sorpresivo que la inspiración que lleva a los poetas al reino de la creación, mucho más intenso que el vuelo metafórico de las acciones en la Bolsa, que de pronto se lanzan en ascenso o en picada como entrenadas naves lujuriosas fabricando fortunas y desgracias. Hoy ya no viene nada en la prensa porque, en fin, la caída de un señor desde un andamio en el piso 47, que ayer fue noticia hoy ya no tiene importancia. No se modificaron los caucuses de Obama ni de Clinton ni se alteraron los festejos por el setenta cumpleaños del rey Juan Carlos. Se cayeron dos hermanos ecuatorianos que estaban limpiando las ventanas por fuera sentados en un columpio; uno de ellos murió instantáneamente, como era de esperarse, pero el otro, ¿qué pacto hizo con quién para no haberse hecho trizas, para no haber quedado como masa sanguinolenta embarrado en el piso de esa calle indiferente de Nueva York que de pronto ve caer a dos señores del cielo como un acontecimiento raro? ¿Habrá podido controlar la ley física que lleva a la aceleración de la caída en relación con el peso para descender tan suavemente que sobrevivió con algunas roturas y contusiones?

Junto con su esposa, decía la nota, están pensando poner una demanda en contra de la compañía que los contrató para el trabajo y los puso en el abismo sin red protectora y sin arneses de seguridad. A mí me hiela la sangre, pero esto quiere decir que debe haber personas que vayan pasando por un circo y acepten sustituir a un trapecista que no está en condiciones de trabajar; nada más que les digan en qué momento se tienen que soltar y cuándo vuelven a agarrarse. Seguramente ganará la demanda y pasará el resto de sus días… ¿El resto de sus días, dije?, ¿pues no están ya todos restados; una caída así de más de ciento cincuenta metros de altura no sirve siquiera para efectuar una resta total de activos que se tengan en la libreta de la vida? ¿Pero cómo se llamaría entonces a la sucesión del tiempo en que este hombre se desplace de ahora en adelante? Tiene que llamarse de algún modo porque aunque el mérito de no haber muerto podamos ponerlo en duda el hecho real de alguien que camina y habla y cuya sangre corre por sus venas después de haberse caído de un piso 47 ha de tener una manera de definirse.

Lo que no me cabe en la cabeza es que no estemos todos pendientes del fenómeno, que haya revisado el periódico y no diga nada. Bueno, hay casos así, gracias a ellos alguien como el señor Ripley pudo hacer una carrera con Aunque usted no lo crea, pero lo que yo quiero es leer la especulación científica de quienes puedan imaginar que hay que abrirle el disco duro para ver qué bajó pensando; en el momento en que sintió que perdía relación con lo sólido e ingresaba en el éter, qué pensamientos, qué imágenes, qué impulsos vitales se activaron que lo hicieron modificar las leyes de la naturaleza. ¿O no pasó nada de eso y sólo es una muestra más de lo imprevisible y loca que es la vida?

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